«Como los Magos que, al haber encontrado a Jesús, volvieron a sus países por otra vía, así sucede» con las personas «separadas o divorciadas que están viviendo una nueva relación», que «a veces, después de un viaje largo y tortuoso, encuentran a Cristo que les dona un porvenir incluso cuando les resulta imposible volver por la misma vía de antes». Es lo que se lee en las primeras líneas de un documento que fue publicado el 14 de enero de 2017, firmado por los dos obispos malteses Charles Scicluna (arzobispo de Malta y que fue promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe) y Mario Grech (de Gozo). La nota contiene indicaciones pastorales concretas dirigidas a los sacerdotes para que apliquen la exhortación apostólica post-sinodal «Amoris laetitia», sobre todo el capítulo octavo dedicado a las familias heridas, al acompañamiento y al discernimiento de las situaciones. El texto de los dos obispos fue significativamente publicado por «L’Osservatore Romano».
Antes que nada, los dos obispos recuerdan que «nuestro ministerio pastoral hacia las personas que viven en situaciones familiares complejas es el ministerio de la Iglesia, que es madre y maestra. Nosotros, los presbíteros, tenemos el deber de iluminar las conciencias con el anuncio de Cristo y del ideal pleno del Evangelio. Al mismo tiempo, también tenemos el deber de, siguiendo las mismas huellas de Cristo, ejercer “el arte del acompañamiento” y convertirnos en fuente de confianza, esperanza e integración para los que piden ver a Jesús (cfr. Juan, 12, 21), particularmente entre las personas más vulnerables».
«Cuando encontramos o nos enteramos de personas que se encuentran en situaciones llamadas “irregulares” —se lee en el documento— debemos comprometernos para entrar en diálogo con ellas y conocerlas en un clima de amor auténtico». Y su estas personas «manifiestan el deseo o aceptan emprender un proceso serio de discernimiento personal de su situación, acompañémoslas de buen grado y con mucho respeto, cuidado y atención», haciendo que se sientan «parte de la Iglesia. En este proceso», continúan los dos obispos, «nuestra tarea no es simplemente la de dar un permiso para acceder a los sacramentos o la de ofrecer “simples recetas” o sustituir la conciencia de estas personas, sino la de ayudarles con paciencia a formarla e iluminarla para que sean ellas mismas las que lleguen a tomar una decisión sincera frente a Dios y para que hagan el mayor bien posible».
Después de haber invitado a la atención pastoral por quienes conviven o se han casado por lo civil (sin tener un matrimonio fracasado en su pasado), la nota de los obispos Scicluna y Grech afronta el tema de las personas que se han vuelto a casar. Se retoma la indicación de verificar la validez del matrimonio canónico fracasado y después se sugiere proceder pidiendo la declaración de nulidad. Durante este discernimiento, se lee en la nota, «hay que hacer una distinción adecuada entre una situación y la otra, porque no todos los casos son iguales». Después se cita un amplio párrafo de «Amoris laetitia»: «Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que “cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación”. También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono in- justo, o el de “los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparable- mente destruido, no había sido nunca válido”. Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia».
Después se sugiere acompañar a las personas para que hagan un examen de conciencia, mediante momentos de reflexión y de arrepentimiento, con preguntas sobre cómo se han comportado los hijos, si han tratado de reconciliarse con el cónyuge y cuál es la situación de la paraje abandonada. «En el discernimiento —añaden los obispos malteses— debemos evaluar la responsabilidad moral en las situaciones particulares, considerando los condicionamientos y las circunstancias atenuantes». Debido a estos «condicionamientos y circunstancias, el Papa enseña que ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación llamada “irregular” vivan en estado de pecado mortal, privados de la gracia santificadora».
Es posible, pues, se lee en el documento, que «dentro de una situación objetiva de pecado (que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea plenamente), se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar y se pueda incluso crecer en la vida de gracia y de caridad, recibiendo para tal objetivo la ayuda de la Iglesia. Este discernimiento es importante porque, como explica el Pontífice, en algunos de estos casos esta ayuda puede ser también la de los sacramentos». Por ello, «necesitamos ejercer con prudencia en la ley de la gradualidad para encontrar y descubrir la presencia, la gracia y la acción de Dios en cada situación, y ayudar a las personas a acercarse más a Dios, incluso cuando no estén en condiciones de comprender, de apreciar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley».
En el proceso de discernimiento, piden los obispos malteses, «examinemos también la posibilidad de la continencia conyugal. A pesar de que sea un ideal nada fácil, puede haber parejas que con la ayuda de la gracia practiquen esta virtud sin poner en riesgo otros aspectos de su vida juntas. Por otra parte, hay situaciones complejas cuando la decisión de vivir como “hermano y hermana” resulta humanamente imposible o provoca mayor daño». Es por ello que, cuando «como proceso de discernimiento, llevado a cabo con humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y en el deseo de llegar a una respuesta más perfecta a ella, una persona separada o divorciada que viva en una nueva unión llegue (con una conciencia formada e iluminada) a reconocer y a creer que está en paz con Dios, no se le podrá impedir acercarse a los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía».
Al mismo tiempo, la nota, retomando las palabras de «Amoris laetitia», pone en guardia frente a los automatismo. «Si alguien ostenta un pecado objetivo como si formara parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente de lo que enseña la Iglesia, no puede pretender hacer catequesis o predicar. A una persona de este tipo tenemos el deber de anunciar nuevamente el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión. A pesar de ello, incluso esta persona puede participar de alguna manera en la vida de la comunidad: en compromisos sociales, en reuniones de oración, o según los que su iniciativa personal y su discernimiento puedan sugerir».
«Junto con el Santo Padre —concluyen los dos obispos— también nosotros advertimos que hay algunos que prefieren una pastoral más rígida, pero junto a él, nosotros creemos sinceramente que Jesús quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu esparce en medio de las fragilidades: una Madre que, en el momento mismo en el que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de ensuciarse con el fango de la calle».