Hablar de diálogo resulta fácil, practicarlo no lo es tanto, sobre todo cuando es verdadero y no sólo un pretexto para imponer la propia opinión. Las exigencias de sus requisitos responden a la altura de su naturaleza, que es del orden trascendente de la verdad y del amor. Señalamos aquí algunos:
1. En un régimen democrático quien no sabe dialogar con paciencia, tampoco logra gobernar con sabiduría y eficacia; el diálogo es propiedad y cualidad del ser humano, creado a imagen de la Santísima Trinidad.
2. Todo diálogo auténtico parte de la propia identidad, que no es cerrazón sino condición para escuchar con serenidad y aplomo a quien piensa distinto. Se dialoga desde la verdad nunca desde la ficción.
3. El diálogo no es para convencer al adversario, sino para enriquecer las propias convicciones, escuchando con atención al interlocutor. Parte siempre del respeto mutuo.
4. En la intimidad profunda del ser humano no se oculta la imagen de Dios, idéntica para todos; siempre habrá por tanto, un punto de convergencia. El diálogo auténtico nunca se agota, siempre es posible.
5. Es indispensable que los dialogantes escuchen primero su conciencia que los invita a preferir el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la sinceridad sobre la malicia, el bien general a los intereses particulares.
6. La verdad, aunque es una, suele tener varios rostros y admitir diversas expresiones; pero, de dondequiera que venga, siempre procede del Espíritu Santo. Rechazar la verdad es resistir al Espíritu Santo.
7. El diálogo verdadero mira más al futuro por construir que al pasado por rememorar. Los hechos del pasado son irreversibles y, además, son susceptibles de múltiples interpretaciones. Es temerario querer caminar hacia adelante mirando sólo el espejo retrovisor.
8. Con respecto al pasado, la única actitud racional y razonable es asumirlo, ofrecer el perdón y buscar la reconciliación; con respecto al futuro es indispensable la mano siempre abierta, dispuesta a la colaboración.
9. El hombre verdadero, plenamente humano, no es el que guarda rencor perpetuo ni el que está siempre acusando (Salmo 103), sino el hombre reconciliado, creado a imagen y semejanza de Dios.
10. La «mesa del diálogo» comienza en la «mesa familiar», cuando padres e hijos comen con amor y en paz su pan; y culmina en la «Mesa de la Eucaristía», donde Cristo nos reconcilia con el Padre y nos une, con la fuerza de su Espíritu, en un solo cuerpo al darnos a comer su Pan. La oración del diálogo se llama Padrenuestro.
† Mario de Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro