Luis-Fernando Valdés
Juan Pablo II, consumido por el parkinson, decidió seguir en el Pontificado hasta su muerte. Benedicto XVI, al sentirse en el límite de sus fuerzas, dimitió. ¿Quién hizo lo correcto? ¿Por qué el Papa Ratzinger no continuó hasta el final?
En una de las primeras noticias, tras el anunció de la renuncia del Santo Padre al Solio pontificio, unas declaraciones del que fue secretario personal de Juan Pablo II, el actual cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, desataron la polémica. [Vatican Insider, 11.feb.2013]
Mons. Dziwisz afirmó que el Papa Wojtyla decidió permanecer en la Sede de Pedro hasta el final de su vida, porque consideraba que “de la cruz uno no se baja”. Pero estas palabras, sacadas de contexto, se tomaron como una comparación con el Papa Ratzinger, como si éste hubiera renunciado por temor al sufrimiento.
Pero la versión original del “Corriere della Sera” (13.feb.2013: ver) no está escrita en modo polémico. El texto dice que el purpurado polaco “recordó que Juan Pablo II decidió permanecer en el Solio pontificio hasta el final de su vida porque consideraba que ‘de la Cruz uno no se baja’.” Y aclara el diario italiano que no había “ninguna voluntad de criticar a Benedicto XVI por parte del cardenal de Cracovia.”
El ahora primado de Polonia recordó también que “en la decisión de permanecer a la guía de la Iglesia a pesar de su enfermedad, Juan Pablo II consultaba también con el entonces cardenal Ratzinger, su estrecho colaborador.”
Para entender porqué los dos papas tomaron decisiones diferentes, hay que tener en cuenta primero que hay una continuidad en el pontificado de ambos, fincada sobre la base de poner en práctica del Concilio Vaticano II; pero esta continuidad no significa que el Papa alemán tuviera que repetir los gestos del polaco.
Una segunda clave de comprensión consiste en que ambos papas tuvieron un mismo motivo: Karol Wojtyla permaneció en el cargo “por el bien de la Iglesia”; y Joseph Ratzinger, renunció por la misma razón, pues él mismo explicó que “en el mundo de hoy, … para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu.” (Discurso, 10.feb.2013)
De manera que los dos pontífices actuaron de la misma manera. Uno, por la convicción de que por el bien de los fieles debía sufrir la Cruz de Cristo en su propio cuerpo; el otro, por la sabiduría de que el bien de los católicos hoy requiere un Pastor con fuerzas para viajar, para estar en reuniones multitudinarias…
El Papa Ratzinger entendió que su Cruz es la vejez, que su Cruz es la humildad de renunciar y pasar el resto de su vida en el retiro, dedicado a la oración, como anunció en su discurso de dimisión: “Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.”
Esto muestra también la gran personalidad del Papa Ratzinger, que no se dejó condicionar por el modo de proceder de Juan Pablo II, sino que actúo según su conciencia. Benedicto XVI tuvo el valor de aceptar que su historia personal es muy diferente a la de su Predecesor.
Reconocer la incapacidad para gobernar con eficacia la Iglesia, como lo ha hecho el Papa alemán, es un gesto de humildad y de honestidad. Aceptar sus limitaciones y renunciar, es otro modo de permanecer en la Cruz.
Así, Benedicto XVI termina su Pontificado como lo comenzó: en continuidad con el de Juan Pablo II. Dos grandes amigos con dos modos opuestos para llegar a la misma meta: Permaneciendo en la Cruz –cada uno en la suya–, por el bien de la Iglesia.