Hoy la Palabra del Señor nos llevará a revisar actitudes, mi vida, mis esquemas, sin engañarme. A ver, si manipulo de alguna manera mi fe, el Evangelio, los valores del Reino, a los demás… Ver qué intereses prevalecen en mí. Una invitación a reflexionar sobre lo que es y supone servir a Dios, DAR A DIOS LO QUE ES SUYO.
En el texto del evangelio de los domingos anteriores, y este no es la excepción, los máximos dirigentes judíos han sido objeto de una dura crítica por parte de Jesús. Las tres parábolas anteriores, la de los hijos, la de los viñadores perversos y la de los invitados a la boda, han sido muy claras y directas.
Su reacción no se deja esperar y están deseando echarle mano y acabar con él, por ello planean un complot; los enemigos, fariseos y herodianos, son capaces de unirse para tenderle una trampa, con una cuestión que tiene carácter político y religioso, de tal manera que si responde que es lícito pagarle el tributo al Cesar, se enfrenta a la fe unánime de Israel, que no admitía otra soberanía que la de Iahveh y por ello se manifestará como un mal judío. Si responde que no es lícito, se sitúa en contra el poder político y aparecerá como un agitador.
Jesús no evade la pregunta y tampoco se deja engañar, por ello hace análisis y les pregunta, los implica y los involucra: “Lo que es del César devuélvanlo al César, y lo que es de Dios a Dios”. Para él lo más importante es que reconozcamos a Dios como único Señor, pues es en el ser humano donde Dios ha dejado inscrita su imagen, “lo creó a su imagen y semejanza”.
El César había proclamado su divinidad, de hecho en las monedas aparecía la inscripción que coloca al César en la esfera de lo divino, “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto”. De ninguna manera Dios y el César están al mismo nivel. Jesús afirma la PRIMACÍA DE DIOS.
Les quiere clarificar que según la inscripción y la imagen en las monedas, todo es propiedad del emperador, por ello les pide que le devuelvan lo que es suyo, pero lo que es de Dios, devuélvanselo a Dios. Lo que a él le importa son los derechos de Dios, secuestrados por el poder romano con la complicidad de muchos, y no los derechos del César.
Devolver a Dios lo que es de Dios implica reconocer que sólo Él es el Señor. Supone devolverle su proyecto de justicia y fraternidad. El ser humano es la imagen de Dios y cualquier pretensión de dominio sobre Él no le es lícito a nadie. El dominio absoluto sólo pertenece a Dios, Él es el Señor, «Dominus», el único que tiene todo el poder, el dominio.
La invitación: Ponerse al servicio de Dios y de su proyecto, no “servir a dos señores”; esto es cuestión de conversión, de cambiar nuestra escala de valores; sólo así le podemos devolver a Dios lo que es suyo.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro