Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI conmovió a la opinión pública mundial. Anunció de manera inesperada su renuncia como Romano Pontífice. Ante la mirada atónita de los cardenales, el Papa anunció su retiro. La noticia fue una sorpresa enorme, pero Benedicto ya la había anunciado.
Desde la elección del Card. Joseph Ratzinger, el 19 de abril de 2005, se había dicho que el suyo sería un “pontificado de transición”, queriendo señalar que por su edad, fallecería en pocos años. Y han pasado casi ocho, y aparentemente el Santo Padre nunca había dado pie a pensar en su renuncia.
Sin embargo, el anuncio realizado ante los cardenales reunidos para el consistorio fue una sorpresa mediática, pero no una decisión repentina por parte del Papa Ratzinger. En el libro entrevista, “La luz del mundo”, publicado en 2010, el periodista alemán Peter Seewald le pregunta directamente si pensaba renunciar.
Seewald planteaba, en primer lugar, si –en el caso de situaciones complicadas–, las dificultades pesaban sobre el pontificado en curso y si el Papa había pensado dimitir. Claramente el periodista se refería a la cuestión de los abusos sobre menores, al caso de los lefebvristas y a otros más.
La respuesta del Santo Padre fue: “Cuando el peligro es grande no se puede escapar, por eso, seguramente, éste no es momento de dimitir. En momentos como éstos es cuando hay que resistir y superar la situación difícil. Esto es lo que pienso. Se puede dimitir en un momento de serenidad o cuando, simplemente, no se tienen fuerzas. Pero no se puede escapar en el momento del peligro y decir ‘que se ocupe otro’ ”. Por lo tanto, como subrayó ayer el vocero Lombardi, el Papa decía que las dificultades no eran para él un motivo para dimitir, sino al contrario, para no dimitir.
La segunda pregunta de Seewald fue: “¿Entonces, se puede imaginar una situación en la que piense que es oportuno que un Papa dimita?” A lo que respondió el Pontífice: “Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”.
Y precisamente la debilidad física ante una carga tan pesada fue el argumento que Benedicto XVI esgrimió para justificar su decisión de renunciar. “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Ahí está la gran clave. El Papa desde el principio se sabía ya anciano y con pocas fuerzas, pero aceptó el pesando encargo de guiar a la Iglesia, después de la muerte del gran Juan Pablo II. Y estuvo al frente de la barca de Pedro en medio de grandes dificultades y escándalos.
Ahora, cuando él considera que es un momento oporturno, pide su dimisión porque “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
El Papa Ratzinger nos sigue sorprendiendo. Ha tenido la sabiduría de preferir el bien de la Iglesia que el suyo, y la humildad para aceptar su incapacidad física y espiritual. Joseph Ratzigner ha sido un Pastor que gastó sus fuerzas por la Iglesia, y que al faltarle vigor ha decidido no dejarla desprotegida. ¡Bien por Benedicto XVI!
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