Pbro. Gabino Tepetate Hernández
Es un hecho de gran importancia, esperanzadora e incluso de gran trascendencia no sólo para la iglesia particular de Querétaro, sino para nuestra iglesia que peregrina en nuestro país México, la consagración episcopal de Mons. Fidencio López Plaza, que se da en un contexto esperanzador de una nueva primavera eclesial que se vislumbra con el Papa Francisco que predica y da testimonio de una iglesia en salida y desde los pobres, para llevar y hacer presente el mensaje del Evangelio fuerza renovadora eclesial y de transformación de la sociedad.
Nuestra iglesia necesita obispos que atiendan más y mejor a las expectativas de la feligresía y de la sociedad, con una mayor cercanía, sobre todo, al pueblo de Dios y a una sociedad, marginada y empobrecida por un sistema que privilegia el dinero por encima de la vida de las personas, de esas grandes mayorías de hombres y mujeres, que tratan de sobrevivir y defender lo poco que les queda para su subsistencia, amenazados además por la delincuencia cada vez generalizada y de la impunidad y prepotencia de algunas autoridades que sólo buscan el beneficio personal y de los gremios que los han llevan al poder. Este desafío requiere velar por los intereses de los más débiles y vulnerables que el mismo evangelio de Dios reclama.
Desde luego, sin dejar la relación de mediación tan necesarias con quienes gobiernan y con los demás grupos sociales e instituciones políticas, económicas, educativas y culturales, pero siempre en favor de las necesidades y demandas del pueblo de Dios y de la sociedad. Es así que, la función religiosa específica de nuestros pastores que tiene repercusiones en los demás ámbitos de la vida personal y colectiva, es importante su presencia y voz en favor de los más desprotegidos. Desde este lugar teológico tiene que ser el acompañamiento pastoral, que es el lugar desde donde Jesús proclamó e hizo presente el Reino de Dios, con un alcance universal.
Es esta la misión evangelizadora que debe llegar a todos sin excepción, pero como destinatarios privilegiados a los pobres, así lo expresa puntualmente el Papa Francisco en su exhortación apostólica La Alegría del Evangelio: “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”. (No. 48); hecho y afirmación fundamental que encontramos ya en el Evangelio de San Lucas presentado como el discurso programático de Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.” (Lc. 4, 18-19).
Un obispo y todo consagrado o consagrada, es para la Iglesia un don destinado al servicio del pueblo de Dios, como dice el canto compuesto por el mismo Mons. Fidencio López Plaza “Aquí ante tu altar Señor, entiendo mi vocación, debo de dar la vida, para que tu pueblo viva.” Se trata de un sacrificio martirial, al ejemplo de Jesús y de los mártires de nuestro tiempo como Mons. Romero, San Romero de América, cuya beatificación será el 23 de mayo en San Salvador. Que este martirio, que esta sangre derramada por el pueblo sufriente y pobre convierta vidas y corazones a la fe y esperanza en el nombre de Jesús, a fomentar y fortalecer en nuestros obispos y sacerdotes ese espíritu profético, misionero y liberador de todo aquello que oprime al ser humano, como es el pecado, las estructuras del mal y sus consecuencias destructoras y nos disponga a sembrar en los corazones con la docilidad al Espíritu Santo, una vida auténticamente humana y digna de hijos de Dios.
Unamos, por lo tanto, nuestras oraciones, para aclamar al Santo de América, Mons. Romero y por el Papa Francisco y por los nuevos obispos, entre ellos Mons. Fidencio López Plaza que será consagrado este 20 de mayo y de tantos sacerdotes y fieles laicos que dan testimonio de su fe, para que sigan siendo servidores creíbles y confiables en el seguimiento de Jesús, desde los pobres. Que Dios los bendiga amables y respetables lectores.