A cada paso en nuestra vida nos vemos envueltos por la incomodidad de aceptar que no todo nos resulta como queremos y esperamos en la vida familiar, en el trabajo, en la escuela, en el día a día de nuestra vida cotidiana. Y todo esto nos lleva a quejarnos y a no aceptar lo que nos sucede, sintiéndonos incómodos, inquietos y a veces hasta molestos con nosotros mismos, con el vecino, con la cuñada, con la suegra y hasta con la propia familia.
Sentimos que pasamos sin planearlo, de estar súper bien a que todo se venga abajo por ese contratiempo inesperado. Esos momentos de oscuridad debemos transformarlos en oración para no desesperar y recobrar la paz que necesita nuestra alma. Pero si sabemos mirar con sencillez a nuestro alrededor nos topamos con tantos hombres y mujeres que viven verdaderas y grandes tragedias, como lo hemos estado viendo en los cristianos expulsados de sus casas por su propia fe.
Me llama mucho la atención en la sagrada escritura el santo Job que maldice el día que nació y su oración parece una maldición. Su vida fue puesta a prueba, perdió a toda su familia, todos sus bienes, perdió su salud y todo su cuerpo se convirtió en una plaga asquerosa. Su paciencia no pudo más y es capaz de decir estas cosas porque estaba acostumbrado a hablar con la verdad y esta es la verdad que él siente en ese momento.
Como decía anteriormente, encontramos a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas y angustiantes, que han perdido mucho o que se sienten solas, tristes y abandonadas y se lamentan preguntándose: ¿por qué a mí? ¿Por qué Dios no me ayuda y socorre? Mejor no voy a misa porque estoy enojado(a) con Dios, etc. y decimos toda una sarta de incoherencias que lo único que nos sucede es que vamos separándonos de Dios y queremos hacernos un Dios a nuestra medida. Somos nosotros los que nos abandonamos a nuestras propias fuerzas y dejamos a Dios de lado. De esta manera firmamos nuestra propia infelicidad.
La clave está en no dejar de rezar, así lo hizo Job, no podía rezar de otra manera, se reza con la realidad. Esta es la verdadera oración que viene del corazón, del momento que uno vive. Aunque muchas veces pasamos por estas situaciones, no debemos perder la paciencia ante tantas nimiedades que nos acontecen. Pensemos en tantos ancianos abandonados, en los enfermos que sufren irremediablemente en el dolor, en tantas personas solas en los hospitales, en quienes mendigan un poco de pan en tantas esquinas. Los que viven en el exilio de sí mismos. En quienes pasan su noche oscura y no ven la claridad de un nuevo amanecer con esperanza… No nos sintamos los mártires de este siglo, mejor sepamos aceptar los caminos de Dios que quiere sacar de nosotros un fruto nuevo, una enseñanza para nuestro crecimiento espiritual.
El Papa Francisco, hace unos días nos invitaba a prepararnos cuando llegue la oscuridad que quizá no sea tan dura como la de Job, pero llegarán esos momentos y nuestro corazón debe estar bien dispuesto para afrontar ese trance.
Y nos invitaba a rezar, como reza la Iglesia por tantos hermanos nuestros que sufren en su Cuerpo Místico de muchas maneras. Esta es la oración de la Iglesia por estos Jesús sufrientes que los encontramos en todas partes de nuestro mundo, de nuestra Iglesia y por doquier.
Dejemos del lado toda queja y sepamos cargar con entusiasmo la cruz de cada día que el Señor ha querido darnos. Que seamos verdaderos cirineos de nuestro hermanos. ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 5 de octubre de 2014