Una joven estadounidense de 29 años, dinámica y solidaria, recibió el diagnóstico de un cáncer cerebral doloroso e incurable. Decidió no vivir una agonía insoportable, anunció en internet que deseaba morir “con dignidad” y se quitó la vida, asistida por un médico. ¿El suicidio asistido es una muerte digna?
Brittany Maynard, recibió la noticia un año después de casarse. El cáncer, un glioblastoma, avanzó con rapidez. Los médicos le explicaron que sólo le quedaban unos meses de vida en los que la enfermedad le causaría gran dolor.
Maynard explicó en video, con más de 9 millones de visitas en YouTube, las razones por las que no quería seguir viviendo. Y escogió para morir el 1 de noviembre pasado, dos días después del cumpleaños de su marido, Dan Díaz.
Acompañada por su marido y sus familiares, Brittany falleció a causa del medicamento proporcionado legalmente por un médico, pues en el estado de Oregon el suicidio asistido está permitido.
Si ella ya no quería sufrir, si de todos modos se iba a morir, si su familia la apoyaba, si tomó la decisión de modo consciente, si lo hizo legalmente, ¿por qué estuvo mal que Maynard se quitara la vida?
La vida es el mejor don que recibe todo ser humano. En eso estamos todos de acuerdo. En cambio hoy, muchos consideran que la vida no es valiosa por sí misma, sino sólo en cuanto resulta agradable (o al menos, cuando no hay dolor, o mientras éste se pueda dominar).
Ése fue el argumento al que Brittany se acogió, según la explicación que ofreció en aquel video. Y esa misma razón fue la que dio Marcia Angell, un activista por el suicidio asistido, en un reciente artículo de opinión en el “Washington Post”.
Aunque suene a broma, la respuesta es que el problema no es la vida sino el dolor. La vida no es problema, por eso no hay porque quitarla. Más bien, la dificultad es el dolor; y lo que hay que hacer es paliarlo y, sobre todo, darle sentido, ya que el dolor es insoportable cuando no se le encuentra el sentido.
Por contraste, el mismo día que Brittany se quitaba la vida, la prensa internacional anunciaba que otra joven, Lauren Hill, también con un cáncer cerebral terminal cumplía un gran sueño: jugar un partido en la NCAA antes de morir.
Lauren decidió encontrar un sentido a sus últimos meses. Viajó con su familia por todo Estados Unidos, promocionando la lucha contra el cáncer y disfrutando de cada momento al máximo. Y la liga de Basquetbol Colegial le concedió vivir su gran sueño: jugar un partido oficial.
En los apenas 17 segundos de juego, Lauren anotó la primera canasta del partido, que se paró entonces para hacerle un homenaje en el centro de la cancha. Abrazos y ovación para la jugadora, que poco después declaró: “Ha sido el mejor día de mi vida. Gracias. No sé qué más decir, gracias”.
No nos toca juzgar a Brittany Maynard, eso que lo haga Dios. Pero sí podemos señalar que el suicidio nunca es una muerte digna. No es digno del hombre quitarse la vida. Lo indigno, en todo caso, es no ayudar a una persona a encontrar un sentido –un para qué– de su sufrimiento.
Y como explicaba el famoso psicólogo austriaco de origen judío, Víctor Frankl, sobreviviente de Auschwitz: “Se puede sacar un sentido incluso del sufrimiento, y es la verdadera razón por la que la vida continúa, a pesar de todo, teniendo un sentido”.
Ante la discapacidad física, Frankl invitaba a sus paciente a pensar: “¿No podríamos concebir … un mundo en el que hubiera finalmente una respuesta ante la cuestión del sentido último del sufrimiento humano?” (Frankl, 1999, pp. 190 y 192).
No hay un derecho a quitarse la vida, más bien hay un derecho –y una obligación– a encontrar un sentido al dolor y al sufrimiento. Y en esto la fe religiosa es una gran herramienta.
Luis-Fernando Valdés