Pbro. Luis Ignacio Núñez
(Hablemos claro) Iniciamos el momento litúrgico más intenso del año, la Semana Santa. Pero tristemente para muchos católicos esta semana se ha convertido sólo en una semana de vacación, descanso y diversión. Han perdido lo esencial de estos días santos que deben ser dedicados para la oración, la meditación, el silencio y la reflexión de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Todo un cúmulo de gracias y bendiciones para nuestras almas tan necesitadas de Él.
Constato por otro lado que hay un buen grupo de católicos que viven estos días santos con singular sentido religioso, de respeto, cariño y veneración, poniendo a Dios en el primer lugar de sus vidas, y de esta manera participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de estos días.
En muchos lugares surgen intrépidos misioneros y familias que dedican estos días para compartir la fe con los demás. Dedican sus vacaciones para llenar en su corazón la inquietud de transmitir su testimonio y al mismo tiempo enriquecerse con la fe de las comunidades que visitan y evangelizan. Felicidades a todos ellos por hacer llegar en cada rincón un aliento de fe, esperanza y amor de Dios.
Vivamos la Semana Santa a tope. Acompañemos a Cristo con nuestra oración. Sacrificio y arrepentimiento de nuestros pecados. El reto es morir al pecado para resucitar con Cristo el día de la Pascua. Lo importante no es recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender el porqué de su muerte y Resurrección. Es celebrar y revivir su maravillosa entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
Con el Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén proclamado como Rey. Quién iba a decir que esa misma gente que hoy lo aclama, más tarde le gritará: ¡Crucifícalo, crucifícalo!
El Jueves Santo recordamos la Última Cena donde instituye el don del Sacerdocio. Nos deja el gran milagro de la Eucaristía con su Cuerpo y su Sangre. Nos da la gran lección de amor y servicio en el lavatorio de pies a sus apóstoles. Cristo pasará la noche en oración.
El Viernes Santo conmemoramos la Pasión del Señor: su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilatos; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Participemos en un viacrucis para acompañarlo con nuestra penitencia y sacrificio. Día de ayuno y abstinencia.
El Sábado Santo permanecemos en oración junto a María que llora la pérdida de su Hijo. Día de luto y tristeza porque no tenemos a Jesús. Vivimos expectantes anhelando la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.
Por lo tanto, donde nos encontremos, sepamos aprovechar cada momento para no ser indiferentes a tanto amor de Dios que vuelve a dar su vida por nosotros. ¡Hablemos claro!