El miércoles 23 del presente, antes de la Audiencia General, el Papa Francisco recibió en audiencia a los capellanes de las cárceles de Italia, a quienes entre otra cosas, dijo que transmitieran a los internos: «Que no se desanimen, que no se cierren. Ustedes saben que un día todo va bien, pero al otro estoy abajo, y esto es difícil. El Señor está cerca, pero dilo con los gestos, con las palabras, con el corazón, que el Señor no permanece fuera, no permanece fuera de sus celdas, no permanece fuera de las cárceles, sino está dentro, está allí. Pueden decir esto: el Señor está dentro con ustedes; también él está encarcelado, todavía hoy, encarcelado por nuestros egoísmos, por nuestros sistemas, por tantas injusticias, porque es fácil castigar a los más débiles, pero los peces grandes nadan libremente en las aguas».
Esto adquiere un tono bastante cercano también para nosotros, para todo ser humano, pues al día siguiente en México, el profesor chiapaneco tzotzil Alberto Patishtán, quien ha sido condenado a 60 años de prisión y de los cuales ya ha cumplido 13, continuó afirmando su inocencia y expuso situaciones de la realidad que percibe de nuestro sistema penal: «Estamos peleando que haya más defensores públicos. En el Cereso donde estoy sólo hay uno. Allí hablamos cuatro lenguas, hay más de 500 internos, casi todos indígenas, y el defensor no conoce las lenguas. Hay una mujercita, tzeltal, el mismo director me lo comentó, que lleva 10 años en proceso. Otro lleva 12. Sin abogado. Imagínate que resultan inocentes, o que su condena es de seis años. ¿Quién les va a reparar los años que perdieron?» (La Jornada, Jueves 24 de octubre de 2013, p. 2).
Nuestra palabra «proceso» viene de un verbo latino (procedo, -cedis, -cessi, -cessum, procedere) y puede significar: avanzar, progresar; [del tiempo] pasar, transcurrir; suceder, salir bien. El profesor pone el acento en el sentido más profundo del concepto de «proceso» y su ausencia o negación del mismo: esa serie de pasos que no se dan y por lo tanto no se avanza en la búsqueda de la verdad, ese itinerario que no acontece y debería llevar al juez a la certeza moral para poder dictar sentencia, pues la vida del interno transcurre inexorablemente en la angustia que provoca la indefinición de su situación jurídica, y que el profesor expresas en éstos términos: «cuando me agarran, lo más doloroso de pensar es la injusticia; te salen unos corajes de aquellos, hasta te llenas de rencor, de odio. Para mí eso era otra cárcel. No te deja avanzar».
Jesucristo también estuvo sujeto a proceso, dos para mejor decir; por una parte, el que le fincaron las autoridades religiosas de su pueblo al acusarle de la pretensión de ser el Mesías esperado, más sabiendo el sanedrín que no tenían facultad para condenarlo a la pena capital (ius gladi) le dieron un sesgo político: lo acusaron de sedición y otras cosas más para presentarlo ante los romanos, quienes le juzgaron de este modo también (cfr. Giorgio, Jossa; Il processo di Gesù, Paideia 2002, p.). La causa de su condena estaba expresada en el titulus colocado en la cruz: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.
La experiencia de la sencillez, de la identificación con Jesucristo, puede llevar a expresar cosas aparentemente contradictorias. El Papa dijo en el miércoles que de vez en cuando, algún domingo llama a algún interno y «cuando termino pienso: ¿porqué él está allí y no yo que tengo tantos motivos para estar ahí?», mientras que Patishtán sentencia: «Cuando me acerqué a las cosas de Dios, comencé a perdonar» y por lo mismo afirma: «En mi interior estoy libre desde el primer día». Me parece que ambas personas, por caminos distintos, avanzan (procesan) y muestran caminos de libertad.
Filiberto Cruz Reyes