Queridos Sacerdotes, estimados miembros de la Vida Consagrada, muy queridos alumnos y profesores, hermanos y hermanas todos en Cristo Jesús:
1. Con gozo y alegría les saludo a cada uno de ustedes en el Señor, la “Palabra hecha carne y que habita entre nosotros” (cf. Jn 1, 14), al reunirnos en esta noche para celebrar el XXV° aniversario de la fundación del Instituto Bíblico Católico de esta Arquidiócesis. Agradezco de corazón esta invitación que me han hecho para presidir esta Santa Misa de acción de gracias; personalmente me siento muy contento de que esta obra que inició con tantas expectativas y con tantos anhelos, siga siendo para muchos, un “espacio favorable para acceder al conocimiento de Dios, mediante el estudio sistemático e institucional de la Palabra de Dios a través de la Sagradas Escrituras”. Es deseo común que la Sagrada Escritura se convierta en este mundo secularizado, no sólo en el alma de la vida y de la Pastoral de la Iglesia, sino también en la fuente de la espiritualidad y del vigor de la fe de todos los creyentes en Cristo. Pues como nos dice el Concilio Vaticano II: “Por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (cf. Const. Dogmática Dei Verbum, 2). Saludo con afecto al Pbro. Lic. José Silva, Director del Instituto, así como a quienes durante estos treinta años han fortalecido y sostenido el desarrollo de esta obra. Saludo a los ex alumnos y profesores unidos espiritualmente a nosotros en este momento, y especialmente les saludo a ustedes, queridos alumnos.
2. Celebramos este aniversario en el contexto litúrgico de la memoria de San Jerónimo, el Padre de la Iglesia que puso la Biblia en el centro de su vida: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar del conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza. Su formación literaria y su amplia erudición permitieron a san Jerónimo revisar y traducir muchos textos bíblicos: un trabajo muy valioso para la Iglesia latina y para la cultura occidental. Basándose en los textos originales escritos en griego y en hebreo, comparándolos con versiones precedentes, revisó los cuatro evangelios en latín, luego los Salmos y gran parte del Antiguo Testamento. San Jerónimo, además, comentó también muchos textos bíblicos. Para él los comentarios deben ofrecer opiniones múltiples, «de manera que el lector sensato, después de leer las diferentes explicaciones y de conocer múltiples pareceres —que se pueden aceptar o rechazar— juzgue cuál es el más aceptable y, como un experto agente de cambio, rechace la moneda falsa» (cf. Contra Rufinum 1, 16).
3. Todos estos elementos de la vida de San Jerónimo nos ayudan a entender la centralidad que debe de tener la palabra de Dios en la vida de cada uno de nosotros y nos ayudan a que cada uno de nosotros amemos cada vez más la palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: “El que no conoce las Escrituras no conoce la fuerza de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo” (cf. San Jerónimo, Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24, 17). Por eso, es importante que cada uno de nosotros, quienes nos dedicamos al estudio y al conocimiento de las Escrituras y de la Palabra de Dios, vivamos en contacto y en diálogo personal con esta palabra, que se nos entrega en la Sagrada Escritura. Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, debe ser un diálogo realmente personal, porque Dios habla con cada uno de nosotros a través de la sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno.
4. Como estudiosos de la Sagrada Escritura, podemos caer en el riesgo de olvidar que cuando nos acercamos a ella, lo debemos hacer con la alegría y la fe de quien se siente interpelado por ella. No debemos leer la Sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como Palabra de Dios que se dirige también a nosotros, y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor. Pero, para no caer en el individualismo, debemos tener presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la verdad a lo largo de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, aun siendo siempre una palabra personal, es también una palabra que construye a la comunidad, que construye a la Iglesia. Así pues, debemos leerla, estudiarla y compartirla en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la palabra de Dios es la liturgia, en la que, celebrando la Palabra y haciendo presente en el sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros. No debemos olvidar nunca que la palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Por tanto, al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos la vida eterna.
5. Queridos hermanos y hermanas, esta alegría que provoca en nosotros la Palabra de Dios, no es posible que la guardemos para nosotros mismos, “muchos cristianos en nuestras parroquias, colonias y barrios viven necesitados de que se les anuncie persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente esta alegría y fuerza del Evangelio. Tantos hermanos están «bautizados, pero no suficientemente evangelizados» (cf. Verbum Domini, 96). Quiero invitarles a cada uno de ustedes a que conscientes de la importancia de la palabra de Dios para la vida personal y de la Iglesia, se comprometan para que cada vez sean muchos más quienes la conozcan, la estudien y se encuentren con la persona de Jesucristo, mediante su lectura y su meditación. Necesitamos que las comunidades cristianas promuevan cada vez más una animación bíblica de la pastoral, es decir, una pastoral cuyo fundamento sea la Palabra de Dios. “En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4 ss )” (DA, 31). En efecto, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las pobrezas de los hombres que la componen. Sabemos, además, que el anuncio de la Palabra, siguiendo a Cristo, tiene como contenido el reino de Dios (cf. Mc 1, 14-15), pero el reino de Dios es la persona misma de Jesús, que con sus palabras y sus obras ofrece la salvación a los hombres de todas las épocas.
6. La misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de nuestro bautismo. Ningún creyente en Cristo podemos sentirnos ajenos a esta responsabilidad que proviene de nuestra pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La exigencia de una nueva evangelización, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina. La Iglesia, segura de la fidelidad de su Señor, no se cansa de anunciar la Buena Nueva del Evangelio e invita a todos los cristianos a redescubrir el atractivo del seguimiento de Cristo. de modo especial a cada uno de nosotros quienes nos dedicamos a conocerla mediante el estudio y la meditación. El papa Pablo VI en la Evangeli Nuntiandi nos decía: “La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios” (cf. n. 22). En estas palabras el Santo padre está proponiendo el testimonio de vida como la principal herramienta en la tarea evangelizadora. “Deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43)” (cf. DA, 29). De manera especial quisiera que nos fijáramos en las jóvenes generaciones; en la edad de la juventud, surgen de modo incontenible y sincero, preguntas sobre el sentido de la propia vida y sobre qué dirección dar a la propia existencia. A estos interrogantes, sólo Dios sabe dar una respuesta verdadera. Esta atención al mundo juvenil implica la valentía de un anuncio claro; hemos de ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una brújula que indica la vía a seguir.
7. Con estas reflexiones les felicito a todos ustedes alumnos y profesores. A ustedes laicos y laicas quienes entusiasmados han sabido aprovechar esta oportunidad que el Instituto Bíblico les ofrece, gracias por su disposición para aprender; a los profesores les agradecemos sus esfuerzos por transmitir el amor a la palabra de Dios. San Jerónimo en una carta que le escribió a san Paulino de Nola le decía: “Tratemos de aprender en la tierra las verdades cuya consistencia permanecerá también en el cielo” (Ep 53, 10). En ellas, el gran exegeta expresa precisamente esta realidad, es decir, que en la palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. Hagamos nuestras estas palabras.
8. Que la Santísima Virgen María, nos enseñe a estar abiertos a la escucha de la Palabra de Dios, y podamos así gestar en nuestras entrañas al Hijo de Dios, para poder ofrecerlo al mundo y pueda así ser feliz. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro