XXVII Domingo del Tiempo Ordinario – Lc. 17, 1 -10
Los apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'». Palabra del Señor.
Un día el Señor le prometió a sus discípulos: “Quien tenga fe como un grano de mostaza puede arrancar un árbol y trasplantarlo al mar. Para san Mateo el fruto de la fe es mover montañas. Él ubica esta enseñanza en una ocasión en que el Señor curó a un niño lunático, al cual los apóstoles no pudieron sanar. Es en ese momento cuando ellos le ruegan a Jesús: “Señor auméntanos la fe”.
Aquí, san Lucas asimila el mínimo de fe con un grano de mostaza. Una semilla diminuta que da origen a un árbol, en cuyas ramas anidan los pájaros. Esta es una expresión que corresponde al ambiente campesino en que Jesús hablaba. No hay medidas de peso o cantidad para tasar la fe. Quizás convendrían unidades de fuerza o de luz. Es un lenguaje impropio, ya que la fe es algo más allá, pero Jesús sabía que aquel auditorio solo asimilaba un lenguaje adornado de imágenes.
El grano de mostaza es una imagen con la que Jesús nos está diciendo, que cuando se crea en la propuesta del Reino, no hay obstáculo insalvable.
Es importante estar conscientes de que vivimos un momento de desencanto, de indiferencia y de relativismo, donde muchos experimentan que su fe se desvanece o esta bloqueada. Todo el que busca a Dios alguna vez se ve inmerso en la duda o en la inseguridad. En Palabras del Papa Benedicto se nos señala que nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (cfr. DA 12).
Sin embargo los creyentes tenemos que aprender a creer inmersos en crisis personales y de muchos hermanos. Todo lo que es importante en nuestra vida es siempre algo que va creciendo en nosotros de manera lenta como fruto de una búsqueda paciente y como acogida de una gracia que se nos regala: somos conscientes de que no estamos exentos de dudas y altibajos. Por ello nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo si acertamos a gritar desde el fondo de nuestro corazón, lo que los discípulos gritan al Señor: “Auméntanos la fe”. Es quizás una oración muy pobre, pero humilde y sincera. Un grito que nos permite dudar de nuestras propias dudas y encontrar el verdadero rostro de Dios como fuente de vida.
Al confesar nuestra fe testimoniamos que nos apoyamos en Cristo, o como lo dice el Papa Francisco, «confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca» (LF 47).
En la Biblia encontramos vocablos para expresar la fe; uno de ellos encierra un sentido de confianza. “Creer” ya no es algo teórico y estático, es apoyarse en Alguien. El creyente descansa en el Señor, se abandona en sus brazos. Muchos salmos nos enseñan a clamar al Señor, desde neustros cansancios. A confiarnos a Él, “como un niño en brazos de su madre”.
Una invitación: Es cierto que nadie puede pesar su fe en una balanza, pero si podemos comprobar que, al apoyarnos en el Señor, se nos vuelve livano el corazón.
Una oración: “Señor, la fe mueve montañas, por lo que te pido que aumentes mi fe. Que la fortalezcas para caminar más seguro, para descansar en tu perdón gratuito, para dejar que Tú hagas en mí, maravillas. Conscientes de la fragilidad de nuestra fe, envuélvenos a todos en tu amor de Padre”.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro