† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de QuerétaroApreciado Señor Canónigo Don Guadalupe Martínez, rector de esta Iglesia Catedral:
Estimado Padre Jaime Gutiérrez, Presidente de la Comisión Diocesana de la familia,
Juventud, Laicos y Vida:
Queridos Diáconos:
Hermanos y hermanas en el Señor:1. Les saludo a todos ustedes con gozo en el Señor, quienes con fe se han reunido para celebrar la Santa Eucaristía en este segundo domingo de cuaresma, de manera particular en esta ocasión para dar gracias a Dios por los beneficios que su bondad continuamente nos regala a través de la familia cristiana, “casa y escuela de santidad” y mediante la cual la fe en Jesucristo es transmitida y tutelada.
2. La liturgia de la Palabra de este día, que bajo el signo de la obediencia en la fe, siguiendo la tradición litúrgica, nos presenta algunas escenas que reflejan la importancia de la fe y el camino que es necesario recorrer hacia la meta pascual.
3. En la lectura del libro del Génesis encontramos a Abraham y a su hijo Isaac, los cuales mediante un drama se presentan como modelos de obediencia y escucha atenta de la voluntad de Dios, la cual atienden complacidos pues ven en Dios el artífice de su historia y la garantía de un futuro infinitamente mayor que cualquier esperanza humana. Abraham, quien ya antes había sido separado de la propia tierra y de la propia casa, ahora es llamado a manifestar su fe desprendiéndose de su hijo único, respondiendo con generosidad, pues renueva la fe que ya antes había profesado con la propia existencia.
4. Es sin embargo el texto evangélico que de manera más clara marca la continuidad en el proceso cuaresmal y nos pone de frente a un tema que es de trascendental importancia en la vida cristiana, es decir, “la obediencia en la fe”, en él viene narrado el evento de la Transfiguración donde Jesús sube al Monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan “para orar”. Una experiencia que constituye el parteaguas entre la muerte y la resurrección de Jesús como misterio unitario. Después de la oración el Maestro ofrece la confirmación de la identidad de su discipulado. El coloquio orante con el Padre transfigura a Jesús y su aspecto es otro. Su resplandor hace que lo reconozcamos como el Hijo del hombre profetizado y esperado. De este modo podemos entender que entre la gloria y la resurrección la mejor manera de vivir nuestro peregrinar en esta tierra es la oración. Que brota de la contemplación.
5. Queridas familias, hoy ustedes han venido a este lugar para encontrarse con el transfigurado, y la primera cosa que podemos aprender de su Palabra es esta: también la familia está llamada a vivir esta experiencia de encuentro en donde contemple al Hijo del Hombre, Jesucristo y de él aprenda que es el Hijo amado de Dios. Es interesante como la voz del Padre pronuncia un imperativo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Con ella Dios Padre testimonia la identidad y la misión de Cristo, mandando que lo escuchemos. Cuando se
desvanece la visión, Jesús se queda solo con los suyos. De nuevo el camino de la fe, una fe que nace de la escucha y se lleva a la práctica en la fidelidad del seguimiento. La familia ha de tener claro que Cristo es el centro y está al centro de la vida cotidiana. Así, en este diálogo directo como en el Tabor, está llamada a renovarse. Para ello, es necesaria una conversión de la mente y del corazón, siguiendo a Cristo transfigurado en la renuncia al propio egoísmo (cf. Familiaris consortio, n. 9). Se pide una conversión continua, permanente, que, aunque exija el alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, se actúa sin embargo concretamente con pasos que conducen cada vez más lejos. Desarrollándose así un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del hombre. Por esto es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el fin de que los fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma civilización, partiendo de lo que han recibido ya del misterio de Cristo, sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su misión que no se queda en la contemplación del Resucitado (cf. Familiaris consortio, n. 10).6. Es preciso bajar del monte para continuar peregrinado. Bajar del monte para anunciar la Buena Noticia, la luz “que ilumina a las naciones”, para recorrer los caminos donde vive el pueblo y donde se incluía el subir a otra colina, la del Calvario; aquí ya no todos le siguieron. Sin embargo la luz del Espíritu Santo les iluminaria posteriormente y les haría entender que no se puede vivir la gloria sin pasión, que no se puede vivir la resurrección sin antes morir. Claro con la mirada puesta en el cielo, allí hacia donde debemos orientar el corazón y dirigir resueltamente los pasos de nuestro camino empedrado con las opciones cotidianas. Siendo promotores de la vida y valor del matrimonio cristiano, de la dignidad de la vida humana, custodiando la tutela de la educación sobre los hijos, promoviendo la primera experiencia de Iglesia y mostrando a los hijos el significado de la fe y la caridad de Jesucristo.
Anunciemos la Buena Nueva de la Familia, proclamemos que “la familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia. Desde esta alianza de amor se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fraternidad, y el compromiso de los dos por una sociedad mejor. Creemos que “la familia es imagen de Dios que, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia” . En la comunión de amor de las tres Personas divinas, nuestras familias tienen su origen, su modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino” (DA 433 – 434).
7. La familia es el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en el camino hacia la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. De este acontecimiento de salvación el matrimonio, como todo sacramento, es memorial, actualización y profecía; «en cuanto memorial, el sacramento les da la gracia y el deber de recordar las obras grandes de Dios, así como de dar testimonio de ellas ante los hijos; en cuanto actualización les da la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que perdona y que redime; en cuanto profecía les da la gracia y el deber de vivir y de testimoniar la esperanza del futuro encuentro con Cristo».
8. Cada día el Señor nos saca de nuestras falsas seguridades, en las que en vano buscamos tranquilidad y satisfacción. El promete a nuestra fe una recompensa inmensa si aceptamos vivir en un éxodo constante, una aventura nunca acabada aquí abajo, que nos exige siempre nuevas separaciones para seguir la llamada del Señor a gustar desde ahora lo que nos promete. El tiempo en el cual vive la familia, es un tiempo para vivirlo en la esperanza y, es la Palabra de Dios la que nos impulsa a creer que la fatiga, la búsqueda y los dolores de hoy son parte de la felicidad de mañana.
9.Cristo viene a abrirnos el camino y hoy nos deja entre ver lo que es el cumplimiento en su faz transfigurada por la oración. Las familias transformadas por Dios en la sangre de su Hijo Amado, debemos llegar a ser día tras día, lo que ya somos, decía el papa Juan Pablo II “Familia se lo que eres” (cf. Familairis Consortio, n. 17). Escuchando su palabra, obedeciendo su voz, prolongando la oración para entrar en comunión vital con él. En su luz veremos la luz. Fijémonos con corazón sencillo en su ejemplo. El conoce el camino que nos llevará a la vida y no nos dejará desfallecer en el camino hasta que, de éxodo en éxodo, lleguemos a la Jerusalén eterna, patria de todos y seamos admitidos a la comunión del amor trinitario.
10. Agradezco e impulso a todos los hermanos, con rostros transfigurados, quienesen mis recorridos por esta Iglesia Queretana y en mis Visitas Pastorales me voy encontrando; a todos ellos que han bajado del monte y no se han quedado con su experiencia de Dios para ser felices a solas, o con un grupito de “iluminados” dejando en la orfandad de Dios a los que viven en las faldas de las montañas, en los valles o en los lugares más alejados o abandonados por nosotros mismos por mucho tiempo.
11. Mi invitación a todos los bautizados y a las familias, a recorrer los caminos del mundo, a ser sensibles las necesidades de todos los hermanos, porque no se puede realizar la Misión del amor de Dios, sin ser Buen Samaritano; por ello no podemos vivir ni pasar indiferentes ante el necesitado por su pobreza material y por sus vacíos de amor.
12. Están entre nosotros las reliquias de seis santos mártires mexicanos, quienes seguramente tuvieron esta experiencia de transfiguración con Cristo, encomendemos a ellos nuestras familias, que su ejemplo en la obediencia de la fe, sea un impulso para ofrecer mejores rostros de familias transfiguradas desde los padres, las madres y los hijos.
13. En unos momentos más, haremos la consagración de las familias al Inmaculado Corazón de María, que este acto de fe nos motive y comprometa en defender la identidad de la familia y su valor en nuestra Iglesia y en la sociedad, experimentando el amor de Dios.
14. Pidamos la intercesión de la Sagrada familia de Nazaret, Jesús, José y María, para que con su ejemplo cada comunidad doméstica sea reflejo de los valores del reino que vivo Cristo a establecer. Que las madres vean un modelo de mujer atenta a la escucha de la Palabra de Dios, que los esposos viviendo las costumbres y tradiciones de sus comunidades se esmeren en transmitir el gusto y el aprecio de ellas en los hijos como un garante de su importancia y valor. Y finalmente los hijos imitando a Jesucristo, sepamos ser hijos amados del Padre por buscar no otra cosa sino simplemente cumplir su voluntad.
Homilía en la Celebración Eucarística por el Día de la Familia, II Domingo de Cuarema
Santiago de Querétaro, Qro., 4 de marzo de 2012