Plaza principal del Seminario Concluir de Querétaro, a 16 de septiembre de 2013
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano
Hermanos presbíteros, hermanos y hermanas de la vida consagrada, hermanos laicos, jóvenes seminaristas:
1. Les saludo con aprecio en este acto cívico mediante el cual queremos conmemorar y celebrar el CCIII Aniversario del Inicio de la Independencia de Nuestra Nación Mexicana; lo hacemos con la firme convicción de que pertenecemos a un pueblo que nos ha heredado una historia que nos identifica y nos impulsa a seguir luchando, para ser en el mundo testigos de la verdad, de la justicia y del bien común. Pues la historia no es sólo el devenir de acontecimientos, sino que es el espacio de la comprensión de la verdad, del bien, de la bondad y de la belleza; el lugar donde el hombre aprende a vivir y a ser feliz; de manera particular fundando su vida en los valores que lo constituyen como tal y lo hacen ser cada vez más humano y más persona.
2. Los pueblos suelen volver la mirada a los acontecimientos fundantes y significativos de su historia para comprender su identidad, asumir objetivamente su pasado y proyectar hacia nuevos rumbos su porvenir (cf. Conmemorar nuestra historia desde a fe, para comprometernos hoy con nuestra patria, CEM, 8). Nosotros como bautizados y creyentes en Cristo, celebramos este aniversario con una visión histórico – salvífica, pues reconocemos que el misterio de la Encarnación y de la Redención permea todos los acontecimientos, llevándoles a ser historia de salvación. En los cuales Dios sale al encuentro para ser comunidad de amor, de fe y de esperanza.
3. Muchos de ustedes quizá se preguntan qué sentido tiene celebrar la independencia de un pueblo, cuando vivimos y atravesamos un período en nuestra historia mexicana que se gesta entre la violencia, la inseguridad, los problemas sociales, políticos y económicos, la discusión de la reforma tanto educativa como hacendaria y, quizá no vemos el progreso que México necesita. Los invito a ver estos tiempos con ojos de fe, y a que asumamos nuestras responsabilidades personales y sociales, desde la perspectiva de cada uno, es decir, asumiendo nuestros compromisos sociales, laborales, familiares y políticos, con la audacia de siempre hacer, lo que tenemos que hacer y hacerlo bien.
4. El coyuntural cambio de época que estamos viviendo en el que los grandes referentes de la cultura y de la vida cristiana están siendo cuestionados, afectan la valoración del hombre y su relación con Dios, visualizando un futuro sin Dios y una cultura sin el anhelo de lo transcendente. Es aquí donde como buenos cristianos y virtuosos ciudadanos, estamos llamados a testimoniar nuestra fe, inyectando, explicando y transmitiendo el valor y el don de la fe. Nuestra cultura mexicana no puede renunciar a la cultura cristiana, no solo porque la mayoría de sus ciudadanos profesan una fe cristiana, sino porque la misma historia nos enseña que ésta le ha llevado a ser plena y gloriosa. La cultura cristiana encuentra en la cultura mexicana su espacio idóneo para llevarla al esplendor de la vida, en cada uno de sus ciudadanos. El común sentir del pueblo de México, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan, se fusionan y crecen en una visión integral de la persona humana.
5. Esta visión del hombre y de la vida característica del pueblo mexicano ha recibido también la savia del Evangelio, la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. La riqueza de esta savia puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad mexicana y a la vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos. Un proceso que hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura… El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles.
6. Es necesario que nosotros, pastores y laicos, conscientes de nuestra idiosincrasia cultual y religiosa, seamos conscientes que el gran problema de México es la ruptura entre fe y vida. Para ello, la Iglesia, conocedora como ninguna otra institución del alma del pueblo, porque ha acompañado su crecimiento y siempre ha respondido a sus dificultades, quiere de nuevo aprovechar las fuerzas que le vienen de lo alto para ofrecer una realidad original, no quimérica, sino nacida del cambio del corazón del hombre. El cambio que necesitamos no es una simple mutación de estructuras: unas pueden sustituir a otras, pero siempre serán portadoras de respuestas no definitivas. Sólo el Evangelio puede engendrar el hombre nuevo que genere a su vez estructuras nacidas de la verdad y del amor. La Iglesia reconoce este reto y, como en otras épocas de su ya bimilenaria historia, se lanza con los ojos puestos en Jesús y con la fuerza transformadora del Espíritu Santo a promover con ahínco todo lo que favorezca y salvaguarde la dignidad del hombre y promueva el bien común de la entera sociedad. Ella conoce su pequeñez y pobres medios, pero es consciente que su fuerza le viene del Señor, que no se deja ganar en generosidad y es capaz de robustecer lo débil.
7. Les deseo a todos ustedes que estas fiestas patrias nos muevan a amar más a México, su cultura, su fe, sus tradiciones. Seamos embajadores de la paz y de la cultura de la vida. Muchas gracias!!
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro