“Catequistas misioneros anunciando el Evangelio a nuestros pueblos”
Saludo con especial afecto a todos y cada uno de ustedes, “los hombres y mujeres, que con amor y entrega, custodian y trasmiten como discípulos y misioneros la tradición de la fe y el Evangelio, a las jóvenes generaciones”, queridos catequistas, venidos de las diferentes parroquias de nuestra diócesis queretana, bienvenidos a este encuentro diocesano que lleva por lema: “Catequistas misioneros anunciando el Evangelio a nuestros pueblos”:
Saludo de manera especial al P. José Luis Salinas Ledesma, presidente de la comisión diocesana de la pastoral profética, gracias Padre por tu empeño en presidir esta parte de la labor pastoral en nuestra diócesis.
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Al dirigirme a ustedes en esta mañana, en la que como Iglesia diocesana celebramos y reconocemos la labor misionera y evangelizadora de ustedes los catequistas, vienen a mi memoria las palabras con las que le Santo Padre, ahora beato, Juan Pablo II, iniciaba la Exhortación Apostólica sobre la catequesis, donde nos decía:
“La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado (Mt 28, 19ss). Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca del Verbo de vida (1 Jn 1, 1). Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión” (CT 1).
2. Sin duda que al contemplar el horizonte de nuestra realidad diocesana, en las palabras del Santo Padre, lejos de ser un documento antiguo y lejano a nosotros, vemos reflejada una emergencia pastoral y una exigencia profética, cuyos escenarios están cerca de nosotros, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestros hogares.
3. La V conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil, para responder a estas exigencias, ha querido platearse dos objetivos muy claros: a) la gran tarea de custodiar y alimentar la fe y, b) recordar a los fieles de este continente, que en virtud de su Bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo.
4. Esta realidad ha llevado a la Iglesia a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo. (DA 11). Este encuentro parte de la palabra de Dios, el cual no es solo a partir de un contacto intelectual, sino que es vivo y personal. Capaz de reproducir en nosotros la alegría de sentirnos discípulos de Jesucristo para transmitirla a los demás. La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43) (Cfr. DA 29).
5. Queridos catequistas: Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo (DA 29). Muchos de ustedes tienen el “privilegio” de ser los primeros comunicadores de la Buena Noticia, pues los niños, jóvenes y adultos llegan a la catequesis sin antes haber recibido una evangelización. Es decir, sin haber experimentado el amor de Dios como una realidad personal, mucho menos el haber entrado en un proceso de evangelización. Para ello ustedes han sido elegidos por Cristo, para vincularse íntimamente con su persona, asumir un mismo estilo de vida y unas mismas motivaciones, correr la misma suerte y hacerse cargo de la misión de hacer nuevas todas las cosas.
6. Yo he querido venir a saludarles para invitarles en primer lugar a ser los primeros destinatarios del amor de Dios, es decir, les invito a que experimenten la alegría de la salvación de manera personal. Allí radica nuestro ser de discípulos, en el encuentro vivo con el amor de Dios. El cual genera un proceso muy definido, que invito a cada uno a sumir y a recorrer (Cfr. DA 278):
a) El encuentro con Jesucristo: este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerigma y la acción misionera de la comunidad. El kerigma no solo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo.
b) La conversión: es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en él, por la acción del Espíritu se decide a ser su amigo y a ir tras de él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida.
c) La comunión: No puede haber vida cristiana sin comunidad. Como los primeros cristianos se reunían en comunidad, el discípulo participa de la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna.
d) La misión: el discípulo a medida que conoce y ama a su Señor experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado. No debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras d acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.
7. En este proceso, la catequesis, no puede ser vista como yuxtapuesta, al contrario debe favorecer la evangelización, como un proceso de transmisión del Evangelio, que la comunidad cristiana lo celebra, lo vive y lo comunica (Cfr. Lineamentos sobre el sínodo de la nueva evangelización, 14). Una evangelización que pretenda ser eficiente hoy parte de una doble convicción: primero, el evangelio posee en sí mismo una profunda capacidad educativa y humanizadora; segundo, para el cristiano toda actuación educativa está orientada al evangelio, en el que tiene su origen, su fundamento y su objetivo. Destinatario de la evangelización es una persona con una precisa historia y un destino eterno: puesto que el creyente se hace y vive en una historia, el evangelio ha de hacerse más educación que mera instrucción, más permanente itinerario que intervención casual, más constante acompañamiento que encuentro fortuito. Y puesto que está orientado a un evangelio eterno, su educación ha de estar abierta a lo bueno, a lo bello, a lo verdadero, a la transcendencia, a Dios. La identidad del creyente es, primo et per se, vocacional; y no basta con que la evangelización se lo recuerde a menudo, hace falta un camino educativo permanente que la haga posible.
8. Pues la misión de la Iglesia consiste, en realizar la traditio evangelii, el anuncio y transmisión del Evangelio. Al hablar de Evangelio, no debemos pensar sólo en un libro o en una doctrina; el Evangelio es mucho más: es una Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice. No es un sistema de artículos de fe y de preceptos morales, ni menos aún, un programa político, sino que es una persona, Jesucristo como palabra definitiva del Dios hecha hombre (Lineamentos para el sínodo de la Nueva evangelización, 11). Sin embargo, trasmitir la fe, significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro con los hombres y Jesucristo se realice, de manera pensada, celebrada, vivida y rezada y para ello la Iglesia de manera sistemática ha puesto en las manos de los fieles el Catecismo de la Iglesia Católica y el compendio del mismo Catecismo. El Papa Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial… Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial» (Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 115 y 117).
9. Invito a cada uno de ustedes catequistas a retomar la riqueza de este documento eclesial, el Santo Padre Benedicto XVI al convocar al año de la fe nos ha dicho: “En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe” (Motu proprio para convocar el año de la fe, 11).
10. La trasmisión de la fe no se realiza sólo con las palabras, sino que exige una relación con Dios a través de la oración que es la misa fe en acto. En esta educación la oración es decisiva, la liturgia con su propia función pedagógica, en la cual el sujeto educador es el mismo Dios y el verdadero maestro en la oración es el Espíritu Santo. La liturgia tiene en sí misma una fuerte carga evangelizadora y educadora, pues está hecha de mistagogia – iniciación al misterio de Dios – es decir, es una escuela de oración, de contemplación de Dios, de experiencia de fraternidad, de belleza, de canto, de reconciliación, de comunión.
11. Para ello, hemos de valernos de métodos basados en la experiencia que implique a la persona, que activen a las facultades del individuo, su integración en un grupo social, sus actitudes, sus inquietudes y búsquedas. Asumiendo la inculturación como instrumento propio. La profesión recibida por la Iglesia, germinando y creciendo durante el proceso catequético, es restituida y enriquecida con los valores de las diferentes culturas. Con palabras del Directorio General para la Catequesis: “Inspirándose continuamente en la pedagogía de la fe, el catequista configura un servicio a modo de un itinerario educativo cualificado; es decir, por una parte, ayuda a la persona a abrirse a la dimensión religiosa de la vida, y por otra le propone el Evangelio de tal manera que penetre y transforme los procesos de comprensión, de conciencia, de libertad y de acción, de modo que haga de la existencia una entrega de sí a ejemplo de Jesucristo” (Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 agosto 1997), 147).
12. Las acciones pastorales relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales, mostrando la riqueza, la variedad de los roles y de los ministerios que la componen que animan su vida cotidiana. Alrededor de los obispos se ha visto florecer el rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de los catequistas en las diferentes comunidades cada uno con la propia misión y la propia competencia.
13. Todo esto nos debe alentar a enfrentar y considerar los grandes desafíos entre los cuales se cuentan: el gris pragmatismo, del cual tanto nos habla el Santo Padre; la falta de una garantía en la solidez de la fe de las familia, lo cual no garantiza la transmisión de los valores evangélicos; el abandono de la responsabilidad por parte de la familia en la comunicación de los elementos básicos de la religión.
14. Hoy, posiblemente, “el desafío fundamental planteado a la misión evangelizadora de la Iglesia es la educación”[1], más aún la educación de la fe. Hoy de modo particular la evangelización ha de comenzar por la familia, que es la cuna de la vida y del amor, escuela de inserción social e iglesia donde se aprende a poner a Dios al centro de la vida y, a Su luz y con Su gracia, vivir todas las fases de la existencia humana. Hoy la catequesis está llamada a corregir imágenes deformadas de Dios y de Cristo, concepciones falsas o incompletas de la Iglesia y, sobre todo hacer madurar al discípulo de Jesús configurándolo cada vez más con él a través de una acción educativa que va cambiando formas de pensar y de sentir y de actuar, hasta tener “la mente de Cristo” (1Cor 2,16), el amor como dinamismo de la vida (cfr. Rom 8,2) y el mismo Cristo como ley (Gal 6,2).
15. Termino agradeciendo a quiénes con su entrega por más de 50, 40, 30, 25 0 15 años, se han consagrado a la catequesis. Felicidades Muchas gracias!!! Imparto de corazón mi bendición. Pidámosle a María, la Estrella de la Nueva evangelización, que inspire nuestros proyectos evangelizadores, para que respondiendo a la llamada de Dios no dudemos en entregarnos a la misión permanente que estamos impulsando en la diócesis.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro
Mensaje a los Catequistas de la Diócesis de Querétaro
Santiago de Querétaro, Qro., 20 de noviembre de 2011