1. Con el corazón lleno de gozo y con el espíritu agradecido, les saludo a todos ustedes en el Señor Jesucristo, el Gran Pastor de las ovejas a quien el Padre constituyó cabeza de la Iglesia, a fin de llevarnos a todos al redil de la gracia y de la vida con su resurrección. Me llena de grande gozo poder reunirme con cada uno de ustedes en esta plaza y celebrar juntos esta acción de gracias, por el segundo aniversario del inicio de mi misterio pastoral en esta Diócesis de Querétaro; sin duda que son muchos los motivos, las personas, los proyectos y las acciones que ponemos hoy en las manos de Dios. Descubro, sin duda que todo esto ha sido gracia de Dios, que nos anima para vivir la vida en plenitud: conociendo a su Hijo y experimentando el gran amor que nos ha tenido en él (cf. Jn 3, 16). La experiencia vivida en estos años, me ha llevado a convencerme con mayor firmeza, que para hacer efectiva la Nueva Evangelización, no hay otro camino que la Misión. “Que la vida se alcanza y madura a medida que se entrega para dar vida a los otros” (cf. DA 360).
2. La liturgia de la Palabra de esta noche, desvela para cada uno de nosotros que la clave de nuestro quehacer pastoral es Cristo, quien nos ha amado hasta el extremo de entregarse por nosotros en la cruz, a fin de que seamos muchos quienes le conozcamos y por medio de él, lleguemos al conocimiento de la verdad. San Pablo les escribe a los Corintios diciendo y hoy nos lo dice a nosotros: “Cristo es quien nos da esta seguridad ante Dios. No es que nosotros queramos atribuirnos algo como propio, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos ha hecho servidores competentes de una nueva alianza basada no en la ley, sino en el Espíritu: porque la letra mata, pero el espíritu da vida” (2 Cor 3, 4). Queridos hermanos y hermanas, la vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para ello hace falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta”. La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. (cf. DA 356).
3. Hoy quisiera que en esta “fiesta de la unidad diocesana”, cada uno de nosotros, en primer lugar estemos agradecidos con Dios, porque nos ha llamado a colaborar con él, infundiendo en nuestro corazón el Espíritu que dinamiza la Iglesia, que si bien “El Plan Diocesano de Pastoral es sin duda un instrumento que permite que la Misión pueda ser operativa, altamente eficaz, responder a estrategias audaces e incluir a todos los agentes necesarios, a las comunidades, estructuras y apoyos” (cf. Alocución en el inicio del ministerio episcopal en la Diócesis de Querétaro), no podríamos hacer nada sin la ayuda del Espíritu, y sin su inspiración. Creo conveniente invitarles a cada uno de ustedes a seguir estrechando los lazos de unidad y de comunión. Una comunión que no parta de la propia iniciativa, sino que nazca de Dios que es “comunidad de amor”. En ustedes, queridos sacerdotes, descubro a mis más estrechos colaboradores, gracias por su entrega generosa y su caridad pastoral. De ustedes queridos laicos, valoro su testimonio, pues la comunicación de la fe se puede hacer sólo con el testimonio del amor. No con nuestras ideas, sino con el Evangelio vivido en la propia existencia y que el Espíritu Santo hace vivir dentro de nosotros.
4. Volviendo al texto de la carta a los Corintios que hemos escuchado, me llama la atención cómo en él, San Pablo nos define “diáconos de la nueva alianza”, con esta expresión delinea y desarrolla varios elementos a considerar y que nos ayudan a entender nuestra identidad, nuestra naturaleza y el contenido de la misión. Pero, ¿en qué consiste la nueva alianza? El profeta Jeremías, lo profetiza diciendo “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer. 31,33). La primera alianza había sido hecha con el pueblo de Israel, escrita sobre piedra, sin embargo, al ser un pueblo de dura cerviz esta alianza fue destruida. Para corregir el defecto, Dios decide escribir la Ley directamente sobre el corazón de los miembros de su pueblo, sobre la sede de la inteligencia, de la sensibilidad y de las decisiones. Marcando así una nueva etapa en la historia de Israel. En Jesucristo esta realidad profética encuentra su cumplimento, Dios ha escrito en nuestros corazones, palabras escritas con el lenguaje del amor. Por lo tanto, queridos hermanos, al referirse San Pablo a cada uno de nosotros como “Servidores de la nueva alianza”, está delineando el itinerario que hemos de seguir quienes creemos en Cristo, el cual consiste en ser, “escribanos” del amor de Dios en el corazón de los hombres, con nuestro testimonio y con nuestra predicación. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos (cf. DA 361). La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera. Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo (cf. DA 363).
5. Nosotros, estamos llamados a abrirnos cada vez más a la acción del Espíritu Santo, y a ofrecer toda nuestra disponibilidad para ser instrumentos de la misericordia de Dios, de su ternura, de su amor por cada hombre y por cada mujer, sobre todo por los pobres, los excluidos, los lejanos. Y para cada cristiano, para toda la Iglesia, esta no es una misión facultativa, sino esencial. En la medida en la cual nos abramos al Espíritu Santo, dejará de ser una obligación que mata, para convertirse en una realidad que de vida y vivifique. Si queremos que el hombre contemporáneo se encuentre con la santidad de Dios y pueda éste así aceptar la nueva alianza en su vida, será necesario que nosotros les mostremos esta santidad. Pues la santidad de Dios se manifiesta al hombre en la cercanía. La santidad invisible del Dios trascendente se ha hecho visible y cercana en Cristo Jesús, en nosotros.
6. En esta tarea la Santísima Virgen María nos enseña cómo sellar la Nueva Alianza en nuestro corazón, ella nos anima a abrir el corazón para que Dios escriba su historia en nuestro corazón, en nuestra vida, en los sufrimientos y en la enfermedad. Que cuando nos sintamos desanimados o cansados en el camino, levantemos la mirada y la veamos a ella como la estrella de la Nueva Evangelización. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro