Saludo con gozo en el Señor a cada uno de ustedes,
miembros de los Encuentros Cristianos de Integración Matrimonial:
A su director espiritual el Padre José Sánchez, ORC:
Hermanos y hermanas todas en el Señor:
1. Me da mucho gusto poder encontrarme con ustedes celebrado la fe en Jesucristo, escuchado su Palabra y renovando la esperanza en la resurrección. Hemos escuchado la Palabra de Dios en este día, que nos permite reflexionar en nuestra identidad. El autor del libro de la Sabiduría, recorriendo en sus etapas principales la historia del pueblo de Israel, lee en ella la obra de la Sabiduría, que obra de acuerdo con la voluntad de Dios. En el pasaje que hemos leído hoy, se detiene a considerar los acontecimientos del Éxodo con un sabor apocalíptico, “la muerte de los primogénitos egipcios, atribuida a Dios por medio del ángel exterminador, es signo decisivo que abre el camino a la salida del pueblo de Israel de Egipto”. La sabiduría es identificada con la Palabra eficaz de Dios: como el guerrero que produce un exterminio con su espada afilada, la Palabra de la Sabiduría que llena el universo actúa en favor del pueblo de Dios en una noche de tragedia y libertad. El texto además se detiene a contemplar una nueva creación donde al espíritu que aleteaba sobre las aguas del caos primordial (Gn 1, 2) le corresponde la nube que acompaña en su camino al pueblo y fecunda como sombra sus etapas: aparecen la tierra seca, la llanura verdeante y el camino libre para el paso de los hombres protegidos por la mano de Dios. En definitiva, no sólo la naturaleza lleva en sí misma las huellas de Dios, que la ha creado sino que toda la historia está surcada por su presencia, como se dirá más delante de forma sintética: Por todos los medios, señor engrandeciste y cubriste de gloria a tu pueblo y no dejaste de asistirlo en todo tiempo y lugar (Sab 19, 22).
2. En consonancia con el texto de la Sabiduría el texto del evangelio (Lc 18, 1-8) reflexiona sobre la insistencia de la oración. Jesús para mostrar la necesidad de orar siempre cuenta la parábola del “juez inicuo y de la viuda inoportuna”. Si la verdadera religión es socorrer a los huérfanos y a las viudas, el juez del relato es verdaderamente un juez inicuo –ni teme a Dios ni se preocupa por nadie; sin embargo la insistencia de la viuda, que en sus necesidades, continúa importunándole, logra triunfar sobre su indiferencia. Del mismo modo, es preciso que nos dirijamos continuamente a Dios, seguros de que escuchará a quien grita a él día y noche. La condición es que tengamos fe. El riesgo que se cierne es que estemos tan preocupados por otras cosas que olvidemos buscar, en primer lugar, el Reino de Dios. Dios hace justicia a quien no se cansa de pedirla, escucha y abre la puerta incluso cuando al puerta ya está avanzada a quien no deja de insistir.
3. Al tener en cuenta el objetivo de este movimiento de “Ayudar a parejas unidas por el Sacramento del Matrimonio a reencontrarse en Cristo para que, viviendo cada vez más plenamente su vida cristiana, hagan de su hogar una verdadera Iglesia doméstica y se conviertan en apóstoles en su entorno. Podemos reflexionar lo siguiente a la luz de esta Palabra: No existe ningún matrimonio que, en algún momento de su existencia, no haya deseado percibir de una manera sensible la presencia de Dios, tener signos inequívocos que prueben que se interesa por nosotros y que nuestra fatigosa oración llega a él. Es posible que también cada uno de nosotros lo haya deseado, pero tal vez nos hemos quedado perplejos y decepcionados. ¡Qué difícil es entrar en relación con Dios! Qué difícil es estar en relación con él, una relación que me escapa el “tú”… pero la Palabra de Dios, nos recuerda algo que hemos olvidado con frecuencia: Dios nos cita en la historia, en ella podemos tejer una relación con él. No son los espacios indefinidos de experiencias esotéricas los que me conducen al encuentro con Dios, sino que son los acontecimientos concretos que forman mi vivir y el vivir humano los que nos dicen algo de Dios, los que nos revelan algo de él. Los que nos evocan algo de su acción misericordiosa y salvadora. Dios no maniobra en la historia: la custodia y la sostiene, hace que todo concurra a la realización de su obra de salvación.
4. Todo esto debe interpelar nuestra la fe de los matrimonios, pues como matrimonios cristianos no deben perder de vista que la bendición de los esposos en la celebración del sacramento del matrimonio les concede la gracia del Espíritu Santo como comunión de amor en Cristo y de la Iglesia. Es el Espíritu Santo el sello de su alianza, la fuente siempre fresca e inagotable de su amor, la fuerza en la cual se alimenta su renovada fidelidad. La sacralidad del matrimonio no la produce la ceremonia litúrgica, ni la intervención de un sacerdote, ni la práctica de un concreto rito sagrado, sino que está intrínsecamente expresa en la misma sexualidad humana. Ser fiel es vivir la realidad permanente de la llamada con la conciencia de saber que cada uno es el del otro y por lo tanto de Cristo, en virtud de la donación mutua.
La naturaleza sacramental del matrimonio es la fuente de la gracia para los esposos que les muestra que el don que reciben es Cristo mismo. Él quiere permanecer con ellos perfeccionando el amor que les une recíprocamente, es más sumiendo el amor divino. “En cuanto memorial, le da a los esposos la gracia y el deber de recordar las obras grandes de Dios, así como dar testimonio de ellas ante los hijos; en cuanto actualización les da la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que perdona y que redime; en cuanto profecía les da la gracia y e deber de vivir y testimoniar la esperanza del futuro encuentro con Cristo” (Familiaris Consortio 13).
5. La familia como “Iglesia doméstica”, es el lugar donde se ejerce el sacerdocio bautismal mediante el ejercicio profético, sacerdotal y real, entonces podemos afirmar que la pequeña iglesia es el lugar de la evangelización, culto y testimonio en el que a través de la liturgia familiar, se santifica y se santifican los miembros de la iglesia doméstica. Ésta como la gran Iglesia tiene necesidad de ser evangelizada continua e intensamente, porque de ahí deriva su deber y educación permanente en la fe, además de que su ministerio de evangelización y catequesis debe quedar en íntima comunión con la Gran familia de los bautizados. La “nueva evangelización” depende en gran parte de la iglesia doméstica y que ella está llamada a ser signo luminoso de la presencia de Cristo incluso para los más alejados al trasmitir la fe, santificarse y trasformar la sociedad actual según el pan de Dios, pues en la familia, la Iglesia puede descubrir, profundizar y anunciar su realidad de esposa de Cristo, el misterio de la alianza entre Dios y los hombres, además de la propia fecundidad y misión materna.
6. San Juan Crisóstomo nos da testimonio de la familia como pequeña Iglesia en lo que se refiere a la vida religiosa de la familia cristiana, exhorta a sus fieles a crear en su casa un clima profundamente religioso a hacer de su casa una Iglesia mediante la lectura y la meditación de la palabra y a transmitir a los familiares todo cuanto se escucha en la Iglesia; afirma que la casa cristiana es una iglesia cuando se vuelve lugar de encuentro para la oración. La oración de la familia, en la familia y por la familia tiene como contenido original la misma vida de familia que en todas sus diversas circunstancias viene interpretada como vocación de Dios y actuada como respuesta filial. Los padres cristianos que no rezan hoy por sus hijos para descubrir la voluntad de Dios, mañana seguramente desesperados rezarán por ellos que se han alejado del proyecto de él.
7. Primordial es la celebración de la Eucaristía, corazón de la comunidad, pues es la cita en la cual el pueblo de Dios redescubre en Cristo el sentido y la medida de la propia comunión y los esposos cristianos acogen el modelo propio y original de su donación recíproca.
8. Es mi deseo que cada uno de ustedes redescubriendo el amor que ha provocado su alianza matrimonial, se vea permeado de la bendición de Dios, por ello les invito a no olvidar nunca el motivo de su compromiso conyugal.
9. Pidamos a María, mujer dócil al Espíritu Santo, que nos enseñe a conocer los secretos de Dios en los cuales cada uno de nosotros está incluido. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro
Homilía en la Santa Misa con ECIM (Encuentros Cristianos de Integración Matrimonial)
Santiago de Querétaro, Qro., 12 de noviembre de 2011