Domingo de Pentecostés – Jn. 20, 19 – 23
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Con esta festividad concluimos el tiempo pascual y leemos el evangelio de San Juan que nos presenta una comunidad que recibe de Jesús el don de la paz, del Espíritu Santo y con esta luz y fuerza les envía a las aldeas, ciudades, y a recorrer todos los caminos (por todo el mundo), para que continúen con su misión de “hacer discípulos”. Hoy nacemos para la vida en el Espíritu y renacemos para el proyecto de Dios, con la idea de hablar el lenguaje del Espíritu para el mundo de hoy; el Espíritu que actuó permanentemente en Jesús es comunicado a sus seguidores en el mismo día de la resurrección, sin pausas ni interrupciones.
El Espíritu Santo es un regalo inmerecido de Dios, el cual lo recibimos principalmente en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Por el Bautismo, se nos dio el Espíritu Santo para la remisión de los pecados; el Papa Benedicto XVI nos recordó que en virtud del Bautismo estamos llamados “a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva a seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo Bautizado recibe de Cristo el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva…”. Esto nos da una idea de que el ser bautizado no es un acto formulista sino que es un gran compromiso y un motivo de gozo porque recibimos el mismo Espíritu Santo de Pentecostés.
Además, este regalo es un divino don que recibimos también en el Sacramento de la Confirmación para robustecernos en la fe, y convertirnos en testigos del amor de Dios y en defensores de nuestra fe cristiana católica. Por ello la importancia de resaltar la grandeza de este don y todavía más el compromiso que adquirimos. Aquí destacamos lo importante que son las catequesis presacramentales que ofrecemos y exigimos en las comunidades parroquiales ante de recibir cualquier sacramento y la necesidad de que sean valoradas, especialmente por los padres de familia.
Después de conocer este gran regalo que necesitamos custodiar y compartir, la celebración de Pentecostés el próximo domingo, nos llena de especial alegría porque podemos renovar esa efusión del Espíritu y abrir nuestro corazón para ser dóciles a Él.
En el texto del evangelio nos damos cuenta que antes de recibir el Don, los discípulos estaban con las puertas cerradas, que indican el temor de los discípulos y pero también el nuevo estado de Jesús para el que no existen barreras para penetrar en los ambientes más difíciles. Allí se presenta Jesús deseando “la paz esté con ustedes”, es el deseo de la plenitud de bienes y el saludo de un vencedor que lleva consigo las marcas de su victoria en las manos y en su costado.
Después de este encuentro, los seguidores de Jesús, además de abrir sus corazones abren las puertas de su encierro para dejar el lugar y salir a los caminos, con la alegría propia de quien lleva buenas noticias; ahora sí, la comunidad está preparada para realizar la misión que Jesús recibió del Padre; quien garantiza los frutos de esta misión es el Espíritu Santo. La fuerza del Espíritu nos hace audaces, de tal manera que nada ni nadie puede detener a un seguidor de Jesús, a un auténtico discípulo misionero suyo; nos consuelan las palabras del Papa Francisco que nos invita a no caer en actitudes de tibieza, insistiendo en los cristianos tibios, sin valentía, esto hace mucho mal a la Iglesia: “Cuando la Iglesia pierde la valentía entra en un ambiente tibio… porque la tibieza te encierra en ti mismo, y comienzan los problemas entre nosotros; faltan los horizontes y falta la valentía, la valentía de la oración hacia el cielo y la valentía para anunciar el evangelio”. Por ello me atrevo a decir que solo podemos identificar a un legítimo seguidor y discípulo misionero de Jesús cuando predica el anuncio del evangelio y sale a predicarlo, fuera de los límites de un templo, con valentía, con su ejemplo.
Pentecostés nos lanza a fortalecer la catequesis en nuestros templos, pero también nos lanza fuera de ellos, a abrir la puertas para dejar estructuras caducas que obstaculizan el anuncio del evangelio en cada casa, en cada rancho, en cada familia, en cada comunidad, en las plazas y en las calles; a eliminar la vergüenza de hablar de Dios, a dialogar y hablar del amor del Señor a quienes no profesan nuestra fe católica.
Pentecostés es una invitación a ser los profetas que nuestro tiempo necesita para tener la valentía y la creatividad para atender a los que sufren. Jesús tocó a los leprosos y a los paganos impuros; hoy pentecostés nos invita a tocar sin miedo a quienes necesitan de nosotros, ¿por que no conocer a los migrantes, sus necesidades, y dejar de ser indiferentes a su paso arrastrando historias dramáticas que viven dolorosamente en nuestro país? ¿Por qué no sensibilizarnos ante la decisiones que se van tomando para decidir por temas que atentan contra la dignidad de la persona y derechos naturales del ser humano, como la vida y el matrimonio? El catálogo de interrogantes y de desafíos es grande.
Pentecostés es hoy, es la celebración de la valentía del apóstol; un nuevo Pentecostés nos urge y nuestra Iglesia contribuirá a que este emerja, cuando la Misión permanente sea una realidad en todas las comunidades sin excepción. Es don de Dios y una tarea de nosotros, la cual la seguiremos realizando con pastoral obstinación y con la fe puesta en el Señor.
Una Oración: “Señor, que descienda sobre nosotros tu Espíritu, porque sin Él no podemos creer, ni confiar, ni orar, ni servir, ni crecer, ni amar, ni sufrir, ni esperar”.
OTRA ORACION: “Señor, que la fuerza de tu Espíritu Divino llegue a cada uno de nuestros corazones para amar como tú, para contagiar tu ternura. Para mejorar la vida y hacer propuestas sanadoras. Espíritu de Dios, danos tu dinamismo para ser tu presencia en el mundo; llena de tu Espíritu a México para que sea una NACIÓN EN PAZ. Nuestra realidad, cada mes, nos muestra la aterradora cifra de hermanos que mueren, y va en aumento, por la violencia y la inseguridad. Que no permanezcamos impasibles y que nuestra Iglesia contribuya a ser creadora de comunidad y generadora de paz con el cumplimiento claro y concreto de su misión evangelizadora. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión. Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna”. Amén. ¡SOLO DIOS BASTA!
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro