Luis-Fernando Valdés
Los gestos del nuevo Papa han sido bien recibidos tanto en la Iglesia como fuera de ella. Su austeridad, sencillez y cercanía se han ganado el corazón de millones. Y, poco a poco, mucha gente empieza a compararlo con el Pontífice emérito. ¿Cuál de los dos es mejor Papa?
Las comparaciones suelen ser –en ocasiones– fuentes de juicios rápidos y no siempre acertados. Los indumentos pontificios fueron el primer aspecto cotejado. El Papa Ratzinger empleaba calzado color rojo, mientras que el Papa Bergoglio sigue utilizando sus viejos zapatos negros.
No han faltado quienes piensan que Benedicto XVI era ostentoso por ese gesto, mientras que Francisco es un hombre humilde. Sin embargo, esta visión no ayuda a llegar a las cuestiones de fondo.
La primera de ellas es que Benedicto decidió hacer algo muy ejemplar: obedecer. Y obedeció a la tradición pontificia: por eso utilizó zapatos rojos, cameo, capa corta de tercio pelo rojo, palio largo, etc.
El Pontífice emérito mostró su humildad, obedeciendo a las reglas que recibió por medio de los usos y costumbres. Mientras que el Papa argentino ha dado claras señales de humildad, al renunciar a la elegancia establecida por aquellas normas de etiqueta pontificia.
Otro tema importante, que es oscurecido por estas comparaciones periféricas, consiste en la evaluación sobre el Pontificado de Benedicto XVI. Aunque se requiere el paso de las décadas para realizar un juicio histórico sobre el Papa emérito, ya podemos adelantar que tal evaluación no dependerá de la comparación con las formas, gestos y manifestaciones públicas que haya empleado el Papa Francisco.
También podemos prever que el Pontificado de Joseph Ratzinger va a estar cargado de logros, que los historiadores reconocerán: el diálogo intelectual de altura sobre los problemas de nuestra época, la profundidad de sus escritos y homilías, los puentes establecidos con otras religiones, el esfuerzo para hacer limpieza dentro de la Iglesia y la gran valentía de seguir su conciencia al tomar la decisión de renunciar a la Sede de Pedro. Benedicto XVI será un grande de la Historia de la Iglesia Católica.
Pero las comparaciones de indumentaria y de gestos produce una sombra más peligrosa aún, que impide percibir la “continuidad esencial” entre un pontificado y otro, la cual permanece a pesar de la “discontinuidad secundaria” o de signos.
Hay una verdadera continuidad afectiva entre Francisco y su antecesor, que fue evidente, primero, durante la presentación del recién elegido Papa, que rezó por el Pontífice emérito; luego, en la visita a Benedicto XVI en Castelgandolfo, en la cual se saludaron con afecto (“somos hermanos”, el dijo Francisco), rezaron juntos, conversaron y comieron juntos.
Esto es importante, porque no se ha dado una ruptura moral entre el actual Sumo Pontífice y el Papa emérito. Esto echa por tierra las así llamadas “profecías” que circulan hoy mismo, y que anuncian la coexistencia de un Papa y un Anti-Papa. Esto, como se puede ver, es falso.
Pero, sobretodo, esta armonía moral entre ambos es la base de lo que esperamos con bastante seguridad: de un proseguir del Papa Francisco en la disciplina al interior de la Iglesia, que intentó implementar Benedicto XVI, hasta que sus fuerzas se agotaron.
Se impone una conclusión: es importante que las diferencias de estilo (vestimenta, cercanía a la gente, etc.) de Benedicto y Francisco no desvíen la atención a la continuidad en la “reforma” disciplinar y pastoral de la Iglesia.
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