Después del discurso en latín a los Cardenales, quedamos perplejos. ¡Se va el Papa! Y las inquietudes surgieron: ¿Un Papa puede renunciar? ¿No se supone que es un cargo vitalicio? ¿Se queda la Iglesia sin rumbo? Estas preguntas en realidad escondían una preocupación más grave…
Varios de los correos y mensaje que he recibido en estos días tienen una frase común: “nos sentimos como ovejas abandonadas por su Pastor.” Después de 600 años de la última renuncia de un Papa, y luego de haber sido testigos de la agonía de Juan Pablo II, nos parecía increíble pensar que un Obispo de Roma pudiera dejar su cargo.
Aunque se trata de una decisión grave y con pocos antecedentes, Benedicto XVI no ha sido el primer Romano Pontífice en renunciar. Y en los casos anteriores encontramos un motivo idéntico al aducido por el Papa Ratzinger: el bien de todos los fieles que conforman la Iglesia católica.
El primero de ellos fue Clemente I, el cuarto sucesor de San Pedro. Clemente fue condenado al exilio por el emperador romano Trajano, porque se negó a rendir culto a los ídolos paganos. Consciente de que al irse al exilio dejaría a la Iglesia sin guía, Clemente decidió renunciar para que los cristianos tuvieran un guía nuevo, que fue el Papa Evaristo.
En 1294, Celestino V fue elegido tras un largo cónclave que duró tres años. Sin embargo, sólo seis meses después de iniciar su pontificado, anunció su renuncia porque no se sentía adecuado para el puesto. Su renuncia abrió una puerta en el derecho canónico para que los Papas puedan renunciar libremente al cargo.
Casi como un anuncio de la decisión que acaba de tomar, Benedicto XVI, en julio de 2010, visitó la tumba de San Celestino y allí, destacó públicamente su “obediencia a Dios” y el actuar “según su conciencia.” [Ver video en Rome Reports, 12.feb.2013]
El tercer Papa en anunciar su intención de abandonar la cátedra de Pedro fue Gregorio XII en 1415. Su renuncia, en junio de 1415, para permitir la elección de Martín V, se vio como un sacrificio para sanar el Cisma de Aviñón. [Saber más]
De esta manera, podemos ver que históricamente las renuncias al Pontificado romano nunca han sido por abandonar a los fieles, sino para protegerlos. Por eso, si la renuncia de Benedicto XVI ha parecido que los católico se quedaban desprotegidos, ha sido sólo una reacción del momento.
Además, los católicos no quedan desamparados, porque la Iglesia atiende a sus fieles mediante los obispos y los párrocos, los cuales siguen en sus puestos cuando un Pontífice fallece o, como en este caso tan poco usual, renuncie a su cargo.
Para evitar el peligro de tener una vejez larga y así dejar –en la práctica– la Barca de Pedro sin guía, el Papa alemán ha tenido la humildad de reconocerlo y la valentía de tomar esta trascendental decisión.