Sólo en vísperas de la muerte Jesús acepta la aclamación como Mesías, para hacernos notar que en este mundo los honores no son el camino de la felicidad. Solo la humillación y donación de la vida por la humanidad lleva a la realización del plan trazado por el creador. Acepta ser reconocido como un rey humilde, manso porque esa es la verdadera humildad.
Sólo en la liturgia de estos días entenderemos que la realeza divina se manifiesta en la verdad. Solo seremos libres al vivir en Cristo pues es la verdad absoluta. Este acontecimiento nos prepara para comprender el mejor valor de su humillante pasión. No se trata de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de seguirle al calvario.
Los sentimientos que la iglesia expresa al bendecir sus ramos es el deseo de lograr una actitud interior de esta alabanza externa, el triunfo de la gracia sobre el pecado de nuestras vidas, alabemos y honremos al Señor de todo corazón pues nos ofrece esta obra de misericordia. No hay modo más preciso para honrar al Señor que asociar nuestra vida a su pasión, en la conformación de nuestra persona con la suya.
En esta hora de salvación tengamos presente el inmenso amor con el que Dios nos ha amado, la bondad de su hijo al ofrecerse por nosotros. Con cuanta esperanza nos hemos de quedar al celebrar este día, porque curas todas nuestras enfermedades.
Al alzar nuestros ramos en honor de Cristo, no le dejemos solo, quedémonos con él y nuestra vida dará frutos abundantes los cuales se manifestaran en nuestra vida cotidiana con nuestros hermanos dando testimonio de que estamos unidos con Cristo y que siempre lo estaremos. Vivamos pues la Semana Santa en un ambiente de reflexión de los misterios de nuestra salvación.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro