Este texto del evangelio corresponde al diálogo de Jesús con Nicodemo. Nicodemo es un estudioso, observante, maestro de la Ley y hombre constituido en autoridad. Acude a Jesús “de noche”. Esta expresión puede referirse, tanto a la noche física (no quiere que sea conocida su simpatía por Jesús), como a la oscuridad interior (no entiende, o está perplejo ante los signos de Jesús). Parece Nicodemo el portavoz de tantos que se avergüenzan de su fe y lo manifiestan de maneras diversas, y de los que se obstinan en sus razones, o simplemente no entienden o no quieren valorar el tesoro de su fe.
En este escenario aparece la afirmación del amor de Dios por sus hijos; el único interés de Dios al enviar a su Hijo al mundo es la salvación de los hombres. El juicio y la eventual condena no provienen, de la iniciativa divina ni de su acción, “el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios… prefirieron las tinieblas a la luz…”.
“Tanto amó Dios al mundo…”, he aquí el centro y el eje de la fe cristiana, de la buena noticia; el propósito de su amor es que el mundo tenga vida auténtica, y que cada uno de nosotros también la tengamos. Creer en Jesucristo es tener vida eterna, es comenzar a vivir ya, desde ahora, algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia y a la muerte. Tenemos un Dios cercano al mundo y a cada persona, que toma la iniciativa de amarnos, que ama sin condiciones, que anima y sostiene nuestras vidas.
“La prueba del amor de Dios al mundo es que dio a su Hijo único para que tenga vida”, el Señor ya nos ha salvado, por ello no nos podemos dejar llevar por el pesimismo y la desesperanza en un mundo cargado de violencia, injusticia, intolerancia, fraude y explotación. El mundo tiene remedio, y hoy nos lo recuerda San Juan; nos lo recuerda diciéndonos, que algo que rompe las desesperanzas es la proclamación del amor de Dios: Dios ha amado y ama tanto a este mundo que ha entregado a su hijo único por él y lo ha salvado ya.
¡Esta es la proclamación del discípulo hoy, en las calles y en las plazas! Pero ¿cómo hacerlo? Es la pregunta que una joven agobiada nos hacia en una reunión de sacerdotes y laicos con un servidor, ante la insistencia de impulsar la misión permanente en todo el territorio de nuestras comunidades, visitando casa por casa. ¿Qué tenemos que hacer?, ¿ir a rezar?, ¿reunirnos para decir qué?, ¿cómo comenzar a hablar…? Una serie de interrogantes que expresaban la inquietud por hacerlo, pero no se sabe cómo. Este es el desafío de la nueva evangelización, no solamente estructurar proyectos evangelizadores y misioneros sino enseñar a ejecutarlos, como discípulos misioneros. Por ello la respuesta no podía ser, para aquella jovencita, un discurso, sino compartir el testimonio de como lo estamos haciendo, subrayando que sólo desde la vivencia del amor de Dios en mi vida personal puedo proclamar el amor a otra persona, cara a cara, con mi palabra gozosa, pero compartiendo mi testimonio personal.
Su Santidad Benedicto XVI, a quien escucharemos los próximos días, decía a un grupo de obispos: “Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, mediante su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él”.
Compartir el amor de Dios será la tarea de la joven que nos cuestionó “los cómos” de la tarea misionera, pero también es el desafío de todos nosotros que con valentía tenemos que salir, y con urgencia, a dialogar con “los Nicodemos”, proclamarles el amor de Dios, buscando incluirlos, porque el que atrae es Jesús y nuestra misión es anunciarle, por eso ¡proclámalo ya!
De lo alto de la Cruz atrae Jesús a sí a toda la historia humana. Creer en Él, es dejarse atraer por Él, manteniendo los brazos abiertos como Él.