En el norte de Italia, debajo de los Alpes, hay un pueblo que se llama Castiglione. Allí hay una fortaleza, alcázar, santuario y jardín, donde vivía la familia de los Gonzaga. El padre era un príncipe y marqués de Castiglione. La madre, dama de honor de la reina Isabel de España.
El empezó jugando a soldaditos y aristócratas, hasta que le ocurrió la idea de dejarlo todo y dedicarse a la contemplación. Desde su misma casa socorría a los desgraciados y enseñaba el catecismo a los niños. Cuando tenía 11 años, se encontró con san Carlos Borromeo y aquel encuentro lo dejó transformado.
Un día vino a Madrid, y ante la corte de Felipe II pronunció un discurso de saludo al rey. Entonces decidió hacerse jesuita. Esta decisión no le gustó ni un pelo a su padre, y lo trasladó a Italia para que se le olvidaran esas tonterías. Luchó lo que nadie sabe por salir con la suya, hasta que al fin lo consiguió. A los 16 años entraba en cl noviciado de Roma, después de cuatro años de disgustos familiares.
Efectivamente, lo suyo era la contemplación de lo divino. Pero una enfermedad le estaba minando el cuerpo, y acabó con él cuando sólo tenía 22 años. Juntamente con Estanislao de Kotchka y Juan Berchmans ostenta el patronazgo de las juventudes católicas.
“Él muere sin haber sido ordenado sacerdote. Muere con 23 años, en el año 1591. Y es una especie de Carlo Acutis de la época por todo lo que impresionó a la juventud, pese a su vida tan corta pero tan llena de sentido”.
Su ejemplo de servicio a los demás permanece vigente. Vivió una gran peste en Roma, un episodio que cobró la vida de varios Papas.
Tras renunciar al marquesado de Castiglione se vuelca en el servicio a los demás. Incluso en el momento más duro de la peste.
“En aquel momento encontró a un apestado en la calle y él lo cargó sobre sus hombros y lo llevó hasta el hospital. Y en ese momento fue el último gran acto de amor y de fe de su vida. Él se contagia de la peste y después viene al Colegio Romano, a la habitación que todavía se conserva donde pasa su agonía y su muerte”.
Esa agonía es representada en el relieve de la tumba del santo, recubierta de lapislázuli.
A los lados del altar se encuentran dos ángeles que representan la pureza y la penitencia, virtudes que caracterizaron su vida, en la que tuvo que mantenerse firme ante su familia.