NOVENA EN HONOR DE NTRA. SRA. DE LOS DOLORES DE SORIANO.
50 Aniversario como Patrona Celestial Principal de la Diócesis de Querétaro.
DIA SEXTO
CUARTO DOLOR “Jesús con la cruz a cuestas”
Un nuevo campo se abre ante nuestro corazón: ha pasado el trienio de la vida pública del Salvador, y veintiún años desde los tres días de su dolorosa ausencia., desde entonces han pasado por el corazón de María todo un mundo de misterios y se ha ido elevando la gracia en su alma. Solo Dios conoce la altura a la que concedió remontarse, pues le da una suma de dolores que la santifican y las fuerzas necesarias para para sobrellevarlos. Los mares de dolor santificante de Jesús que inundan el inmenso continente de la Encarnación son absorbidos por el corazón sin mancha de la Madre de al Verbo Encarnado.
Ahora fijamos nuestra mirada en la ciudad santa de Jerusalén, escenario de los cuatro últimos dolores. Dios fue preparando a María para su cuarto dolor, según le fue revelando a la beata María de Ágreda. La mañana del Jueves Santo fue a despedirse de su madre y a pedirle su venia para la pasión, así como se la había pedido para la Encarnación; Jesús fue a ver a su Madre, no por que fuera necesario, sino porque así lo pedía la perfección de su filial obediencia. Lo vemos de rodillas ante su Madre pidiendo se bendición, y María con temor y asombro, se potra y le adora; pero Jesús insiste, y de rodillas entre ambos, la Madre da la bendición a su Hijo, y el Hijo a la Madre.
La noche del mismo Jueves Santo, después de la última Cena y al oír que Jesús había sido arrestado, se lanzó a la calle hacia la casa de Anás; escucha la voz de Jesús y los insultos en su contra, pero tiene que dejarlo pues lo tendrán preso toda la noche en una mazmorra.
Ya la mañana del Viernes Santo presencia la horrible flagelación escuchando de Jesús, el Cordero sin mancha. También levanta la mirada hacia el pretorio de Pilatos donde contempla el mas hermoso de los hombres, desfigurado, lacerado por la saña brutal de los verdugos y más semejante a un gusano que aun hombre. Además, escucha la blasfema gritería del propio pueblo de Jesús clamando su exterminio. Finalmente escucha a Pilato dictar la impía sentencia contra su Hijo de morir crucificado.
Estamos en el la mañana del Viernes Santo y en el momento en que, por las calles de Jerusalén, María va al encuentro de si amado Hijo con la cruz a cuestas, camino al Calvario. Inundadas están las calles por la turba, en cada esquina los pregoneros publican a son de trompeta la sentencia; María llega por fin, al sitio donde debía esperar a Nuestro Señor con la cruz a cuestas, y se para con él, muda, llorosa con lágrimas rojas porque son de sangre. Ya se divisa el cortejo cuya marcha abre el corcel del centurión; van los ladrones, las cruces, el gentío, pero María sólo ve a Jesús. Ya Jesús llega cerca de maría, se detiene un momento, y le venta la mano, que le queda libre, para limpiarse la sangre de la frente que es como una venda para sus ojos. ¿Para qué? ¿Para ver a su Madre? No, para que Ella pueda verle a Él y anegarse de su mirada llena de tristeza y amor. Se acerca para abrazarlo, pero es repelida brutalmente por los soldados. María vacila un momento, pero recordando la serenidad, fija en Jesús su mirada y debe sedienta la que Jesús le envía. Y en ese momento lo ve doblegarse por el peso de la Cruz; lo ve caer y escucha el lúgubre rumor del golpe como un árbol completo que se desploma. María ve tendido en tierra al Dios de la tierra y del cielo, inmediatamente los icarios le golpean pies y manos profiriendo blasfemias y lo enderezan con cruel ferocidad.
Era ya aquella la tercera caída de Jesús: María lo ve: aquel es el hijo amado que sus brazos merecieron en Belén, pero nada puede hacer por Él ahora, ni si quiere acercársele. ¡Dios todopoderoso, ten de tu mano el corazón de María! Y la tiene en efecto; la vemos fortalecida con paz inaccesible al entendimiento humano, seguir con lento paso, las huellas de su Hijo camino al Gólgota.
Pero en este encuentro, María se da cuenta que Ella misma ahora se encuentra entre los que mortifican a Jesús. En efecto, ver el rostro de su Madre ha sido más cruel para Él que los crueles azotes de la flagelación. Ella que jamás había causado a su Hijo ni la menor aflicción, ahora por decreto divino, contribuye a gravar los tormentos de su Hijo.
La divina voluntad, que motiva el cortejo del Calvario, y se posaba en cima como nube luminosa, es quien ciñe esta nueva corona de espinas sobre la cabeza de Jesús y clava otra espada en el corazón de su Madre, y con el Dolor de su corazón forjaba otra espada para clavarla en el corazón del hijo.
¡Ruega por nosotros, Dolorosa Madre!
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.