HOMILÍA EN EL VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO DIA MUNDIAL DE LA FAMILIA.

Santa iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., Domingo 3 de marzo de 2019.

Año Jubilar Mariano

 Muy estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con alegría, motivados por el amor a Dios y llenos de profunda esperanza, celebramos esta mañana de domingo, nuestra el misterio central de nuestra fe: la Eucaristía. Lo hacemos, especialmente, unidos a la familia de los hijos de Dios que celebra en este día el “Día de la familia” con la intención de hacer resonar a los cuatro puntos cardinales de la tierra el “evangelio de la familia”, como la Buena Nueva de Dios que anhela sea escuchada, aceptada y custodiada.

  1. Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece (Francisco, Exhort. Apostol post. Amoris Laetitia, n. 35).

  1. El Evangelio de este domingo nos presenta una crítica seria a la responsabilidad de cada cristiano.El ambiente de corrupción, violencia, crisis familiar, divorcios  y descomposición del tejido social no es fruto de la casualidad ni resultado de fuerzas impersonales y anónimas. Detrás de la situación en la que se encuentra nuestro país y nuestra Iglesia, hay personas y acciones concretas.

  1. No es extraño que la Palabra de Dios para este día advierta con toda claridad: «No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol dañado que dé fruto sano» es verdad que el ambiente en el que vivimos es el resultado de lo que nosotros hemos construido con nuestras acciones o peor aún con nuestras omisiones. Somos responsables de alguna manera de nuestra realidad.

  1. En una sociedad dañada por la violencia, la corrupción, la pérdida de valores, entre otras cosas, necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a avanzar con realismo hacia la paz y el bienestar. No bastan las estrategias. Es importante el talante, el compromiso y la actitud de las personas. Quien se limita a criticar solo enuncia el problema, pero no abona a la solución. En este sentido, nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros (Amoris Laetitia, n.59). El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes». El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional (Amoris Laetitia, n. 72).

  1. Como Iglesia y como sociedad, más que preocuparnos por tantas realidades tristes, en una actitud autocrítica, estamos invitados a revisar el estado de nuestras familias, por eso dice el evangelio: ¿Por qué ves la paga en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? Esta debería ser una pregunta recurrente al terminar nuestra jornada, porque un verdadero cambio empieza necesariamente con nosotros mismos.Un mundo mejor se empieza a construir con acciones simples pero constantes y eficaces; que distinta sería la realidad si todos empezáramos el día no haciendo a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.

  1. Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en nosotros encontrarán siempre a alguien que las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana.

  1. Ante la crisis familiar, el discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que «un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades» (Amoris Laetitia, n. 305).

  1. No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.» La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal…; en lo posible, y en cuanto de ustedes dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18). Por eso el Evangelio de este día termina así:el hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón. Promovamos el bien, viviendo bien como familia.

  1. Que la celebración de estos Santos Misterios nos traiga la Paz al corazón y con la fuerza del Espíritu iluminemos al mundo con la luz del Evangelio (cf. Fil 2, 15-16). Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro