Prot. Op. N. 92 /2018/M.
Por la Gracia de Dios y de la Sede Apostólica
A todos los sacerdotes,
a los diáconos y seminaristas,
a los miembros de la vida consagrada,
a los adolescentes y jóvenes,
a los que viven tristes,
a todos los fieles laicos de la Diócesis de Querétaro,
a los hombres y mujeres de buena voluntad:
«Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).
- En aquella Noche Santa, hace más de dos mil años, los Ángeles anunciaban con un lenguaje sencillo y sobrio, ajeno al ruido estridente de lo extraordinario y espectacular, lo mismo que hoy la Iglesia sigue proclamando con humildad: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tienen una señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc2,11ss).
- Un niño, una pequeña y frágil creatura, necesitado de todos los cuidados humanos y en medio de la austeridad de un pesebre, esta es la señal de Dios. Una señal que solo la simplicidad de los pastores podrá entender. La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externas. No viene a imponer ni colonizar. Él viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.
- Quisiera recordar las Palabras del Papa Benedicto XVI cuando predicaba sobre el misterio de Navidad: «Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos, pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una verdad más profunda, por la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de bajarnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios» (Benedicto XVI, Homilía, 24.12.2011).
- En este contexto debemos entender la bienaventuranza, con la cual he querido iniciar este mi mensaje: «Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». Únicamente quien tiene un corazón limpio puede comprender la riqueza de la sencillez, pues un corazón sencillo, puro, sin suciedad, es el que sabe amar, y el amor hace posible abajarse espiritualmente e ir a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche Santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo.
- El siglo XXI ha traído consigo muchísimos avances y beneficios, pero también un constante riego para los discípulos misioneros de Jesús, pues es evidente que la modernidad con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, genera una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, cuando el corazón empieza a llenarse de basura, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. No son pocos los que caen en esta trampa, dejándose robar la pureza de corazón, y por tanto viven como seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Jesús hecho niño en Belén.
- «Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». Quisiera que esta bienaventuranza, resonará en el interior de cada fiel cristiano y en el corazón de aquellos hombres y mujeres de buena voluntad, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, para que cada uno se diera la oportunidad de renovar su corazón, volver a esa inocencia y amor puro que Dios puso en nuestro interior. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. «Buscar el rostro de Dios es un camino necesario, que se debe recorrer con sinceridad de corazón y esfuerzo constante. Sólo el corazón del justo puede alegrarse al buscar el rostro del Señor y, por tanto, sobre él puede resplandecer el rostro paterno de Dios […]» (San Juan Pablo II, Catequesis, 13.01.1999).
- Que estas fiestas de Navidad sean una oportunidad para vaciar nuestro corazón de aquellas cosas que lo contaminan, que lo hacen pesado e incapaz de percibir el valor del amor sencillo y puro, porque Navidad es dejarnos encontrar por Jesús, y esto llena el corazón y la vida. En Jesús, Dios nos libera del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Que a través de la celebración gozosa de este Santo Tiempo de Navidad, el Señor nos permita a todos, según nuestro estado de vida, purificar nuestro corazón para poder así, algún día, contemplarle «cara a cara» en la bienaventuranza perfecta.
¡Felices fiestas de Navidad 2018!