Palabra Dominical: Amar hasta que duela

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le respondió: «El primero es el primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos».

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro. Tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

El responsable y guías espirituales polemizan con Jesús. Esto lo notamos si revisamos el contexto de este pasaje donde se describen duras controversias: la licitud o no del tributo al César, la polémica sobre la resurrección de los muertos, discusión sobre la filiación davídica del Mesías. No son discusiones periféricas por defender algo, sino que lo que está en juego es la centralidad de la fe en el Dios de la Alianza y de la Promesa. Es en este contexto donde se ubica el mandamiento principal. Esto era lo más importante, pero se ofuscaba la vista y comprensión de los fariseos con 613 mandamientos que ellos habían codificado y jerarquizado por orden de importancia.

Jesús sintetiza todos los mandatos en un solo punto doble y declara que el amor a Dios y el amor al próximo es el centro y núcleo de todos ellos. Amor a Dios y amor al próximo son inseparables. Jesús proclama que es lo nuclear y central en torno a lo cual gira todo; pone a la persona humana cara a cara ante Dios y ante el próximo.

El amor a Dios se manifiesta en la entrega a las personas, al próximo, al pobre, al más vulnerable. La gloria de Dios no está en el cumplimento de algunos preceptos. San Irineo decía: «La gloria de Dios es que el hombre viva”; Mons. Oscar Arnulfo Romero lo retoma y afirma: “la gloria de Dios está en que el pobre viva”. Ama y da culto a Dios quien hace que los hombres vivan. Y la medida de ese amor a los demás ha de ser la misma con la que nos amamos nosotros.

Así se describe el amor con palabras, pero nos ayuda más cuando el reflejo del amor se manifiesta en las obras concretas; es cierto que podemos acudir al testimonio de tantos santos en la historia (como el Beato Fray Junípero Serra), que por amor a Dios en los hermanos  han ofrendado su vida incluso padeciendo la muerte, por servir a los demás. Es también cierto, que todos nosotros podemos enumerar alguno. Sin embargo, podemos también mirar a nuestro alrededor y encontrar testigos del amor de Dios el día de hoy, cotidianamente.

Me vienen a la mente las hermanas consagradas «Siervas de María, ministras de los enfermos», cuyo carisma las lleva a cuidar todos los días a enfermos, toda la noche, en sus domicilios. Que grandes testimonios hemos escuchado de sus labios, donde la mano de Dios es evidente, por la fortaleza que infunde en ellas y por los prodigios que Dios realiza, especialmente en el corazón de los enfermos; algunos de ellos no creyentes, y que por el testimonio y el trato amoroso y delicado de las hermanas, piden reconciliarse en el proceso de su enfermedad o cercana ya la muerte.

Invitación: a profesar nuestra fe todos los días, en este Año de la fe, en Cristo, Él es el único Señor de nuestra vida. Que haga eco en nuestro corazón lo que aprendimos de niños y que resume el mandamiento del amor: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu próximo como a ti mismo”. El testimonio de la Beata Madre Teresa nos ayude,  ya que nos reta a “amar hasta que duela”.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro