Noviembre 14 de 2017
«Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado…los insensatos pensaban que los sufrimientos eran castigo pero los justos esperaban confiadamente la inmortalidad» (Sab. 3,9). Dos maneras muy diferentes de pensar y de afrontar el sufrimiento y la muerte; para los justos los sufrimientos no son castigo, sino prueba que acrisola y purifica para sacar lo mejor, para darse hasta llegar a ser ofrenda agradable a Dios. Es para nosotros un llamado a la fidelidad y a la confianza en Dios al iniciar esta CIV Asamblea de nuestra Conferencia Episcopal.
La confianza es fundamental en todos los campos y etapas de la vida: une, suscita y sostiene compromisos sólidos pero, en nuestro contexto social, constatamos un grave debilitamiento de la confianza; cuánto daño está causando que nuestros pueblos estén perdiendo la credibilidad, la confianza en sus guías y entre sí. En nuestra vida hay etapas, a veces prolongadas, en que Dios nos lleva por caminos sin saber a dónde vamos; la tentación de bajar los brazos no nos es ajena, más cuando al interior de nuestras comunidades enfrentamos no solo desacuerdos sino situaciones dañadas por ambición, protagonismos y falta de testimonio que dividen, desacreditan, enfrentan y alimentan la violencia.
Sin duda todos, en diferentes momentos de nuestro ministerio episcopal, hemos tenido la experiencia de la cruz que nos lleva a tocar nuestras limitaciones e impotencia y, a veces, hasta el fondo de las mismas raíces de la fe: o confiamos plenamente en Dios, o no creemos. Al confiar en Dios la cruz nos purifica, aviva la necesidad de orar para discernir su voluntad; así el Señor nos levanta y ayuda a fortalecer convicciones de fe.
La confianza en Dios siempre lleva a soltarse a su voluntad, a su plan de salvación; nos lleva a caminar sin saber a dónde como Abrahán, o como Moisés: a guiar un pueblo que se queja y se resiste a caminar porque quiere todo a su gusto y se desespera al no saber a dónde ni cuándo llegar a la tierra prometida. La confianza en Dios de Abrahán, de Moisés, de los profetas y la fidelidad del israelita del salmo 118 nos ilumina y estimula a confiar en Dios en este contexto histórico de nuestro ministerio.
Mantener la confianza en Dios, es creer que para él nada es imposible y que no hay casos perdidos, ni situaciones en las que no contemos con la gracia suficiente para responderle con fidelidad y generosidad, más aún, las situaciones extremas de caídas, de conflictos y de persecución, pueden ser una sacudida y resorte por el que Dios nos llama y nos impulsa a dar un salto cualitativo en su confianza y fidelidad. Es el testimonio de Francisco de Asís para quien el resorte de su conversión fue la experiencia de la cárcel en Perugia, los desacuerdos con su padre y el tocar la realidad del repugnante leproso; es la confianza heroica de nuestros santos mártires mexicanos, la de nuestro santo patrono san Rafael Guizar y Valencia después de su experiencia de haber sido suspendido.
La misericordia de Dios con nosotros es palpable. Siempre me ha estimulado el testimonio de fortaleza, de paciencia y de constancia de varios de ustedes que, aún contracorriente, guían y avanzan con sus comunidades en el camino de la fe. Cómo sostiene y alienta a confiar en el Señor el testimonio de los hermanos y las muestras sencillas pero cálidas y vivificantes de solidaridad.
Nuestro pueblo necesita ver y tocar en nosotros la fuerza de la confianza en Dios; esta confianza será más visible y sentida con la vida de oración, la unidad entre nosotros y la proyección social de la vivencia cristiana en nuestra sociedad sin protagonismos. Sería la mejor manera de abonar a la reconstrucción del tejido social; la vivencia más fiel y entregada en nuestro ministerio sería luz y fermento transformador del Evangelio para nuestra sociedad.
El Señor nos ha llamado y elegido para este tiempo y en esta situación en que miles de hermanos sufren. «El Maestro está aquí y te llama» (Jn. 11,28) estas palabras de Marta a su hermana María ante la muerte de Lázaro resuenan también hoy para nosotros. En nuestro contexto de injusticia social, ambición, corrupción y violencia, el Señor nos llama y camina con nosotros; ante el sufrimiento y el dolor por los recientes sismos, ya nos ha mostrado que en nuestros pueblos hay un corazón sensible a la solidaridad. Es un llamado también a confiar más en nuestro pueblo que así nos estimula a la entrega más confiada y fiel. El Señor está aquí y nos llama: «Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees tú esto?» (Jn. 11, 25-26).
El Señor no nos pide solucionar los problemas sociales pero sí abonar a su solución saneando, fortaleciendo las raíces y la proyección social de la fe, siendo testigos de esperanza y de su amor misericordioso.
La vivencia concreta de nuestro ministerio episcopal, no pocas veces, es muy diferente a la manera como soñamos realizarlo al inicio; recorremos un camino sembrado de incertidumbres, de situaciones que nos preocupan y desafían pero, cuando confiamos en Dios buscando hacer su voluntad, son escuela de aprendizaje, tierra fértil de solidaridad, de vida auténtica y de grandes satisfacciones.
Nos haría bien de vez en cuando recordar la confianza de San Cipriano: «Que dignidad tan grande, que felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo»; o la súplica de San Agustín abandonándose a la voluntad de Dios: «Señor dame lo que me pides y pídeme lo que quieras».
¿En qué y en quiénes está poniendo su confianza nuestra sociedad?, ¿En quien ven nuestros fieles que ponemos nosotros la confianza?. Que en esta Asamblea podamos responder: aquí estamos Señor, comprometiéndonos en impulsar en conjunto lo que, en este momento, nuestro pueblo más necesita para fortalecer la fe, la esperanza y el amor. Que después de poner todo lo que tenemos al servicio de los que más sufren y de cansarnos por el Evangelio, podamos decir de corazón: «No somos mas que siervos; solo hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc. 17,10).
+ Mons. José Luis Chávez Botello
Arzobispo de Antequera, Oaxaca.