Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 29 de octubre de 2017.
Año Nacional de la Juventud
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Muy queridos jóvenes,
Queridos hermanos y hermanas todo en el Señor:
- Unidos al sentir de los obispos en México, de declarar este año, “Año Nacional de la Juventud”, como preparación al próximo Sínodo de los Obispos en Roma, y cuyo tema será: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, hemos querido que con esta santa Misa, en nuestra diócesis de Querétaro, declarar abierto este año de gracia, de tal manera que sea la Providencia de Dios la que nos asista y nos permita avizorar y vislumbrar los caminos que Dios quiere para hacer presente el evangelio del Reino en todos y cada uno de los jóvenes, que viven en esta iglesia diocesana.
- Personalmente me siento muy conmovido y con mucha esperanza, pues sé que este tiempo, será sin duda, un tiempo de verdadera gracia para nuestra Iglesia de Querétaro y de todo México. En estos seis años de estar en medio de ustedes, me he dado cuenta que sin los jóvenes no es lo mismo la vida de la Iglesia. Sin ustedes los jóvenes, los procesos pastorales se ven mutilados y carentes de la alegría y de la jovialidad de la vida. Quiero durante este año estar cerca de ustedes y que ustedes nos sientan cerca. La dimensión diocesana de Adolescentes y Jóvenes, tutelada por la Vicaría de Pastoral y el Efraín Isassi Cano, a lo largo del año nos ayudarán favoreciendo los espacios y momentos para escucharles, y saber lo que —como dije en la circular que he enviado con este motivo— ustedes piensan, sienten, necesitan y pueden aportar. He iniciado con la Visita Pastoral a las parroquias, lo cual será una oportunidad preclara para estar cerca de ustedes. Aunque no lograré recorrer todas la parroquias en este año, sin embargo, en las parroquias ya programadas, tengan la seguridad que habrá momentos y actividades para estar con muchos de ustedes.
- Uno de esos momentos es este: celebrar juntos la fe. Que nos congrega y nos reúne para celebrar nuestra fe en la Iglesia Madre, y sentarnos para escuchar la Palabra de Dios. en la que Jesús nos recuerda que lo más importante en nuestra vida es aprender a amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. Jesús, citando el libro del Deuteronomio, le dijo a uno de los escribas que lo pudo a prueba: lo más importante en la vida es «Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero» (vv. 37-38). Y hubiese podido detenerse aquí. En cambio, Jesús añadió algo que no le había preguntado el doctor de la ley. Dijo: «El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Tampoco este segundo mandamiento Jesús lo inventa, sino que lo toma del libro del Levítico. Su novedad consiste precisamente en poner juntos estos dos mandamientos —el amor a Dios y el amor al prójimo— revelando que ellos son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.
- Querido jóvenes, ¿Para ustedes cuál es la ley suprema de su vida? ¿Qué es lo que rige su ser, su vivir y su actuar? ¿Es acaso el amor a Dios, al prójimo y a ustedes mismos?
- Yo no sé cuál sea la respuesta que cada uno de ustedes tendrá o podrá dar a estas interrogantes, sin embargo, lo que sí sé, es que la palabra de Dios hoy nos unifica y nos centra en algo esencial. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está en la cima de la lista de los mandamientos. Jesús no lo puso en el vértice, sino en el centro, porque es el corazón desde el cual todo debe partir y al cual todo debe regresar y hacer referencia.
- El amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. Ya no podemos separar la vida religiosa, la vida de piedad del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos ya dividir la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la proximidad a su vida, especialmente a sus heridas. Recuerden esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto amas tú? Y cada uno se da la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.
- Muchos hemos sido testigos de que tras lo ocurrido el pasado 7 y 19 de septiembre en algunos estados de México, el liderazgo estuvo a cargo de muchos jóvenes; los así llamados “Millenials”, nos han dado una lección sorprendente de organización y entrega en favor de aquellos de quienes más sufrían o necesitaban ayuda. Esto tiene que ser para muchos de nosotros un paradigma social, cultural y eclesial, que nos permita colaborar para hacer de nuestra sociedad una sociedad más humana, con un tejido social, “urdido” con el hilo de humanismo, del perdón, de la reconciliación.
- El Papa Francisco en su viaje a nuestra patria nos ha dicho algo que hoy quiero que recordemos: “Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia… La riqueza la llevan adentro y la esperanza la llevan adentro” (cf. ). ¿En qué sentido son una riqueza? San Pablo le dice a su hijo Timoteo: «Que nadie menosprecie tu juventud: por el contrario, trata de ser un modelo para los que creen, en la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe, en la pureza de vida » (1 Tim 4, 12). Hagamos que esta riqueza se multiplique en favor de nosotros mismos, de los que más sufren, de los que se encuentran hundidos en situaciones tope. Hagamos que esta riqueza se vea distribuida en los ambientes estudiantiles, y laborales, de tal forma que muchos desean amarla y valorarla.
- En medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones —a los legalismos de ayer y de hoy— Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros: el rostro del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega dos rostros, es más, un solo rostro, el de Dios que se refleja en muchos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios. Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Dios: ¿somos capaces de hacer esto? De este modo Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero Él, sobre todo, nos donó el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso.
- Aprovechemos este año y hagamos de él una experiencia fascinante. Que la Virgen María, la mujer joven, nos inspire en el amor. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro