Hotel real de minas, Santiago de Querétaro, Qro., a 25 de agosto de 2017.
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La Diócesis de Querétaro fue sede del “1er Congreso Nacional de Músicos Católicos Evangelizadores” que se llevó a cabo los días 25, 26 y 27 de Agosto de 2017, este 1er Congreso Nacional de Músicos Católicos Evangelizadores se realizó en las instalaciones del Hotel & Centro de Congresos y Convenciones, Real de Minas Tradicional, Querétaro, Qro. Ubicado en Av. Constituyentes No.124 Pte, Col. El Jacal, Santiago de Querétaro, Querétaro, y tuvo como lema, “Que todos sean uno” tomado de la cita bíblica de (Jn 17, 21), participaron músicos católicos de diversas Provincias de nuestra iglesia mexicana, se invitó a diferentes ponentes: Pepe Prado, Martín Valverde, Federico Carranza, Marco López, Pbro. Modesto Lule, Margarita Araux.
Este “1er Congreso Nacional de Músicos Católicos Evangelizadores” contó con la presencia de Mons. Francisco Moreno Barrón, Arzobispo de Tijuana, Responsable de la Dimensión Episcopal de Música Litúrgica, y el día del inicio Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de Querétaro, presidió la Celebración Eucarística, en su homilía , Mons. Faustino, les dijo:
“Muy estimados hermanos y hermanas todos en el Señor, con alegría me complace poder saludarles y celebrar junto con todos ustedes esta Santa Misa, en el marco del 1° Congreso Nacional de Músicos Católicos Evangelizadores que bajo el lema: “Que todos sean uno” Jn 17, 21, pretende “profundizar en la identidad de quienes como músicos evangelizadores católicos, buscan colaborar desde su tarea para lograr la unidad de la Iglesia y ser fermento en la sociedad”. Me alegra poder dar la bienvenida a quienes venidos de otros estados de la República Mexicana, han atendido con solicitud a esta iniciativa de la Dimensión Episcopal de Música Litúrgica, presidida por Mons. Francisco Moreno Barrón. En nombre de todo el equipo organizador en esta Diócesis, agradezco la confianza que han depositado en nosotros para poder tutelar la organización y desarrollo de esta importante actividad evangelizadora.
Al encontrarme con ustedes, sin pretender exponer aquí una cátedra, y a la luz de la palabra de Dios, deseo destacar brevemente cómo la música sagrada puede favorecer, ante todo, la fe, y además contribuir a la nueva evangelización, pues la música al ser una de las bellas artes posee la cualidad de ponernos en contacto con lo divino y ayudar a los hombres y mujeres, a los ancianos y a los niños, a los discapacitados y a los enfermos, a los ricos y a los pobres, a tocar con los sentidos la sublimidad de lo trascendente y experimentar así el redescubrimiento de Dios y un acercamiento renovado al mensaje cristiano y a los misterios de la fe.
La historia nos enseña que es en la música y mediante la música, que muchos hombres y mujeres de todos los tiempos, han encontrado un camino para experimentar en sus vidas la presencia de Dios. Pensemos por ejemplo en San Agustín, el gran santo de Hipona, quien se encaminó a la conversión tras haber escuchado los salmos y los himnos en las liturgias presididas por san Ambrosio en Milán. En el décimo libro de las Confesiones, de su autobiografía, escribe: “Cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los cánticos de la iglesia en los comienzos de mi conversión, y lo que ahora me conmuevo, no con el canto, sino con las cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre” (XXXIII, 50). La experiencia de los himnos ambrosianos fue tan fuerte que san Agustín los llevó grabados en su memoria y los citó a menudo en sus obras; es más, escribió una obra propiamente sobre la música, el De Musica. Afirma que durante las liturgias cantadas no aprueba la búsqueda del mero placer sensible, pero que reconoce que la música y el canto bien interpretados pueden ayudar a acoger la Palabra de Dios y a experimentar una emoción saludable. Este testimonio de san Agustín nos ayuda a comprender la fuerza evangelizadora de la música; sin embargo, es curioso lo que el mismo san Agustín señala: “no con el canto, sino con las cosas que se cantan”. Los creyentes en Cristo estamos convencidos que la forma y el fondo de toda nuestra alabanza, no es otra, sino el mismo Cristo que se ofreció como sacrificio agradable al Padre. “El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia, con una maravillosa variedad de formas” (cf. Laudis canticum, 1).
La realidad nos enseña y nos urge para que a partir del deseo de la Iglesia de asumir el desafío de la nueva evangelización, acudamos a este tipo de herramientas que puedan favorecer para que la palabra de Dios penetre en los oídos de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Innovando quizá, no en los estilos, sino en los contenidos. Hoy lamentablemente podemos darnos cuenta que cómo algo tan sublime como la música, puede ser profanada con letras incluso que llegan a ofender la dignidad de las personas, en especial de la mujer. Por otro lado, muchas veces la música que se produce con el tinte cristiano, poco a poco va dejando de ser inspirada en la palabra de Dios misma y contener el mensaje de salvación, reduciéndose a ser la expresión de sentimientos y emociones bonitos. En este sentido los salmos bíblicos y los himnos de la tradición litúrgica siguen siendo el modelo que nos permita orar con la Iglesia y por la Iglesia. Ya con tan atinadas palabras lo ha dicho el Papa Pablo VI: “A fin de que brille más claramente esta característica de nuestra oración, es necesario que florezca de nuevo en todos «aquel suave y vivo conocimiento de la Sagrada Escritura, que respira la Liturgia de las Horas, de suerte que la Sagrada Escritura se convierta realmente en la fuente principal de toda la oración cristiana. Sobre todo la oración de los salmos, que sigue de cerca y proclama la acción de Dios en la historia de la salvación, debe ser tomada con renovado amor por el pueblo de Dios, lo que se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipe de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna. La lectura más abundante de la Sagrada Escritura, no sólo en la misa, sino también en la nueva Liturgia de las Horas, hará, ciertamente, que la historia de la salvación se conmemore sin interrupción y se anuncie eficazmente su continuación en la vida de los hombres (cf. Laudis canticum, 8). Esto no significa que pretendamos aprisionar o limitar la iniciativa de los artistas. Es una motivación para que con su talento y su técnica logren alcanzar el objetivo que en sí mismo pretende la la música católica, la música sacra y la música litúrgica.
Deseo invitarles para que se esfuercen en mejorar la calidad del canto evangelizador, sin temor a recuperar y valorizar la gran tradición musical de la Iglesia, que en el gregoriano y en la polifonía tiene dos de las expresiones más elevadas, como afirma el mismo Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 116). Con la plena certeza que de este modo, muchos tendrán la oportunidad de saborear lo bello, lo trascendente, lo noble y verdadero de la fe hecha oración, hecha canto.
¡Cuán rica es la tradición bíblica y patrística al subrayar la eficacia del canto y de la música sacra para mover los corazones y elevarlos hasta penetrar, por decirlo así, en la misma intimidad de la vida de Dios! Muy consciente de ello, San Juan Pablo II afirmó que hoy, como siempre, tres características distinguen la música sacra litúrgica: la «santidad», el «arte verdadero» y la «universalidad», es decir, la posibilidad de proponerla a cualquier pueblo o tipo de asamblea (cf. Juan Pablo II, Quirógrafo Impulsado por el vivo deseo, 22 de noviembre de 2003). Hoy, lo diríamos de esta manera: un músico católico si quiere evangelizar, deberá entonces atender para que su música y su canto sea santo, artísticamente verdadero y universal. Por el contrario se verá mutilado por el sentimentalismo, las ilusiones y la falta de fe.
Es necesario que hoy, de cara a la nueva evangelización —los músicos católicos—, sean conscientes que su música, cuando se emplea con respeto y se adapta a la liturgia puede tener y de hecho tiene una misión relevante, para favorecer el redescubrimiento de Dios y un acercamiento renovado al mensaje cristiano y a los misterios de la fe. Esfuércense por escribir y componer música que le permita al pueblo santo de Dios participar de manera plena, activa y consciente en los divinos misterios. Que su canto sea el canto de la Iglesia, que su alabanza sea la alabanza de la Iglesia, que su sacrificio sea el sacrificio de la Iglesia.
Que como María al cantar el Magníficat, nos inspiremos en las obras y prodigios que el Señor ha hecho en cada uno de nosotros y así muchos, generación tras generación, se vean bendecidos. Amén.”