DOMINGO 21° DEL TIEMPO ORDINARIO
Lc 13, 22-30
“CRISTO, ES LA PUERTA DE LA MISERICORDIA PARA SALVARNOS”
La liturgia de hoy nos propone unas palabras de Jesús iluminadoras y al mismo tiempo desconcertante. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta: “Señor, ¿es verdad que serán pocos los que se salvan?». Y Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta pues y les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán” (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta «puerta estrecha»? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?
Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Jesús va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para toda la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es «estrecho» porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.
Para entender esta invitación de Jesús hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan” Yo soy la puerta, si uno entra por mí será salvo” (Jn 10, 9) entrar por la puerta angosta es entrar por Jesús; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar ene al Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento de Jesús no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor del Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso su llamada es fuente de exigencia pero no de angustia, Jesús es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar sólo nosotros si nos cerrarnos a su perdón.
En este Año de la Misericordia el Papa Francisco nos ha abierto de manera especial la puerta de la misericordia “a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza”. Pues “Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona” (cf. Bula Misericordiae Vultus, 3).
La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia ». Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. (cf. Bula Misericordiae Vultus, 3).
Atrevámonos todos: jóvenes y niños, ancianos y ancianas, enfermos y pecadores, a cruzar la puerta de manera física pero también y sobre todo espiritual, así podremos cada uno saber que la misericordia del Señor es eterna, que la salvación también es para nosotros.
Que María, a la que invocamos como “Puerta del cielo” nos ayude también a ser de aquellos que se salven.