En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio. No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre».
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: «A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras». Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás».
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras». Pero Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora. Palabra del Señor.
LA ORACIÓN, CAMINO PARA VENCER LA TENTACIÓN
Al inicio de la Cuaresma es conveniente tener en cuenta y presentes las palabras de San Pablo: “Todo lo que Dios ha creado es bueno y no hay porque desechar nada, basta con tomarlo con agradecimiento” (1Tim. 4,4). Sobre todo porque oiremos en todo este tiempo hablar de penitencia y se nos invita a poner límite o prescindir de algunas cosas. El ayuno o penitencia cristiana no significan desprecio de nada. Se trata de privaciones voluntarias como una evaluación de nuestro comportamiento señorial ante las cosas y como entrenamiento para estar espiritualmente en forma. De la penitencia cristiana entendida como autocontrol nace el espíritu libre y comunitariamente solidario.
En el pasaje del evangelio de hoy que narra las tentaciones de Jesús, nos confronta con situaciones concretas frente a las cosas y frente a los demás: Jesús habla del alimento de la Palabra de Dios, para que meditemos seriamente esa Palabra y hagamos de ella alimento espiritual. Además nos señala nuestra condición ante Dios es la de la criatura frente a su Creador, para que aceptemos la realidad de lo que somos y de lo que Dios nos llama a ser. Pero también nos quiere enseñar que no hay más que un solo Dios y a Él solo hay que adorar.
Cuenta el evangelio que el Espíritu llevó a Jesús al desierto, y esto significa que Él quiso pasar un tiempo en soledad antes de iniciar su vida pública. Y en medio de aquel paisaje agreste es tentado por el diablo, o sea siente la posibilidad de orientar su mesianismo por caminos más fáciles. Jesús fue tentado realmente.
Las tentaciones del desierto sintetizan las dificultades que Jesús tuvo que superar en su vida para llevar a término la obra encomendada por el Padre. Si Jesús hubiera aceptado la triple sugerencia, riqueza, imagen y poder, se hubiera situado en la dinámica de este mundo y hubiera fracasado en su misión. Hubiera evitado la cruz, pero no hubiera adquirido su gloria. El prefirió quedarse en el desierto hambriento, solitario y anónimo, en oración íntima y comunicación con el Padre para madurar sus planes, solidario con su pueblo cuya historia se fragua en el desierto en contacto con Dios, quien es guía providente.
Al respecto, el Papa Francisco nos quiere advertir de la mundanización de nuestra, vida en un mundo que se aleja de Dios y que seguir a Cristo implica encontrar y llevar la cruz; por ello nos dice: «El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor». Palabras que nos cuestionan a todos.
En la oración del Padre nuestro pedimos que Dios no nos deje caer en la tentación. Podemos pedir eso mismo con otras palabras: “ayúdanos a vencer las tentaciones como las venció Jesús”. Acertadamente, San Agustín decía: “En nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de las tentación, y nadie se conoce a si mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.
Ánimo. Cuando las tentaciones nos acechen, no dejemos ensombrecer la alegría. Cada una de ellas es una luminosa ocasión de mostrarnos discípulos.