Santa Iglesia Catedral, Centro Histórico, Santiago de Querétaro, Qro., jueves 24 de diciembre de 2015.
Año de la vida consagrada – Año de la misericordia
3. La gracia de Dios ha aparecido a todos los hombres. Sí, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV, 1). Es el rostro de Dios que salva, que se ha manifestado para todos. “Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús […] Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (cf. MV, 8). Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y pequeña ciudad de David llamada Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes…, todos. También para los habitantes de esta ciudad de Querétaro. La gracia sobrenatural, “el amor que se dona gratuitamente” (cf. MV, 8) por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que cada uno de nosotros lo acojamos, que digamos nuestro «sí» como María, para que nuestro corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20).
4. Queridos hermanos y hermanas, de modo muy especial en este ‘Año de la Misericordia’, cada uno de nosotros estamos invitados a ser como los pastores que pasaban la noche en el campo vigilando por turnos sus rebaños: atentos a las mociones de Espíritu, que nos indican el camino para encontrarnos con el Hijo de Dios. Como los pastores, también nosotros estamos llamados a no tener miedo a la voz de Dios que nos indica donde está presente el Hijo de Dios que ha nacido. También hoy, quienes en nuestra vida lo esperamos y lo buscamos, estamos invitados a encontrar al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en nuestro corazón tendemos hacia Dios deseamos conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo nos da la clave para poder encontrarlo: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que conocen la voz de dios en los ángeles y se ponen en camino, hacia Belén.
5. Hay muchas formas de reconocerlo y de acogerlo, hoy quiero invitarles a todos ustedes para que con los brazos abiertos y sin afán de fama o de gloria, lo recibamos en las personas que nosotros mismos hemos orillado con nuestra indiferencia y con nuestros egoísmos a vivir en el anonimato, en la soledad, en la angustia, en la tristeza. Quiero invitarles para que atendiendo a las palabras del Evangelio seamos capaces de reconocerle en el que tiene hambre, en el que vive solo, en el que tiene sed, en el que está desnudo. Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y familias y laceran la convivencia; donde el crimen organizado sigue golpeando sobre todo a los jóvenes y a las familias; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se está haciendo cada vez más incierto, incluso en las Naciones del bienestar. “Porque — como nos dice el mismo Jesús en su evangelio — tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver ” (cf. Mt 25, 35-36). Lo único que necesitamos es un poco de humildad para poder descubrir al Señor en ellos. “Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida” (MV, 13). Dejemos de lado los prejuicios culturales, sociales y morales que nos impidan ser misericordiosos como el Padre y abramos los ojos del alma para descubrir los caminos que Dios nos pide recorrer.
6. Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.