Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
A mi madre con amor, en su cumpleaños
Este viernes 27 del presente mes de noviembre, el Papa Francisco en su encuentro con los jóvenes en el Estadio Kasarani de Nairobi (Kenia), al responder a la pregunta: “¿porqué suceden las divisiones, las luchas, la guerra, la muerte, el fanatismo, la destrucción entre los jóvenes? ¿porqué este deseo de autodestruirnos?”, afirmó: “En la primera página de la Biblia, después de todas las maravillas que Dios hizo, un hermano asesina al propio hermano. El espíritu del mal nos lleva a la destrucción; el espíritu del mal nos lleva a la desunión, nos lleva al tribalismo, a la corrupción, a la dependencia de la droga… Nos lleva a la destrucción a través del fanatismo”.
También fuimos jóvenes y expusimos nuestras propias interrogantes. Recordamos un texto de hace 20 años, publicado en “La Diócesis de Querétaro. Presencia y Voz” (12 de Febrero de 2015), al que intitulamos “Elegía por el año viejo”, el contexto era el año del levantamiento zapatista.
Elegía por el año viejo
El tiempo se va, El tiempo viene. Atónitos marchamos ante el inexorable ritmo de las horas. Y en el corazón cavilante de más de algún mexicano 1994 quedará como el año del posible y anhelado cambio, y muchos otros corazones latirán al compás del poeta en culpable omisión: “por lo que supe y no pudo ser más que silencio”.
¿Habrá algo más voluble que el corazón del hombre? Vida que deviene reflexión y en visión retrospectiva contempla y canta un día después: Ciudad en ruinas. Espectros ancestrales en danza agónica se diluyen, para volver de nuevo a invadir la frágil vida con el peso de su espanto. Esquirlas de luz y el sonido atraviesan el espacio y el alma de aquel hombre. Terrible fortuna del que hereda una desgracia.
Herencia maldita. Soledad que se harta de sí misma. Laberinto de cristal que encierra las conciencias de los muertos atrapados en el tiempo. Recuerdos dormidos que al menor pretexto saltan a la realidad.
La lucha externa del hombre con el hombre, del hombre y su miseria. Rostro oculto de polvo mezclado con su sangre, disimulado en la espesura de su selva; el hacha vierte la savia de la vida que corre y llega al mar de la vergüenza, la rabia y el olvido. Son ya años de muerte y de conquista. El grito tumultuoso se alza en esperanza…
Volverá un año nuevo y nuestra esperanza afirma que no es el eterno retorno mecanicista, sino uno que jalona el Reino y entona con San Agustín: “Señor… nos creaste para Ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti”.
Ahí en el estadio, Francisco decía también a los jóvenes: «La vida está llena de dificultades, pero hay dos modos de ver las dificultades: o se las mira como algo que te bloquea, que te destruye, que te tiene detenido, o bien, se les mira como una real oportunidad. A ustedes les toca elegir: ¿para mí, una dificultad es un camino de destrucción, o bien, es una oportunidad para superar mi situación, aquella de mi familia, de mi comunidad, de mi pueblo?». Francisco, te esperamos con tu palabra de luz y esperanza; ahí en medio de los pobres, de los indígenas, de nuestra violencia absurda, junto al muro de la vergüenza…