Pbro. Luis Ignacio Núñez
Al sentarme para organizar mis ideas, las noticias revelan que en los atentados de París, ya son 129 muertos y 352 heridos. Qué tragedia, Dios mío, qué impotencia!!! Lo que pienso, digo y escribo, para nada tiene en lo más mínimo miga de xenofobia.
Espero que se entienda bien lo que voy a decir: Esto nos va a hacer más fuertes en todo el mundo. Poco a poco, nuestra civilización ha ido deslizándose hacia una idea subyacente de que no teníamos nada de qué defendernos. Éramos una civilización más, y ya está. Han surgido ideas de fanáticos que alzan y enarbolan la bandera de alianzas, de fundamentalismos políticos, religiosos o culturales, de violencia, de inseguridad, secuestros y prepotencias, la lista es larga… nuestra civilización merece ser defendida con lo que la hace superior: hablemos del respeto a la persona humana desde el momento de su concepción, de la libertad de expresión, con la igualdad de todos ante la ley, del respeto a los valores humanos de una nación, del estado de derecho, etc. Sin olvidar cuando sea necesario, la fuerza de la justicia, porque de la Justicia Divina, nadie escaparemos.
No lo dudo que sea una mirada miope y subjetiva todas estas cosas que expreso, pero son, sin lugar a dudas nuestra fuerza y con ella debemos defendernos. Es así como la paradoja de la aparente debilidad que es fortaleza se basa en los valores cristianos que han florecido en tantos ambientes a pesar de los cristianos, que nada tienen que ver muchas veces con su fundador, Jesucristo, el mismo Ayer, Hoy y Siempre.
Por eso nuestra religión, aunque muchos católicos y cristianos de cualquier signo la hayamos ultrajado, retorcido y muchas veces profanado, es una religión de Paz, de Hermandad, de Comunión, de Solidaridad, de Integración.
Muchas veces nos escandalizamos de todo lo que hemos hecho, hacemos y haremos los cristianos o la civilización que de ella hemos nacido. Sin embargo el mensaje evangelio es claro y contundente: muy a pesar de nuestras torpezas e indiferencias, nuestra religión es una religión de paz, de tolerancia y perdón. Amarnos unos a otros como Él nos ha amado y en esto no podemos dejar de trabajar para lograrlo. Es así como transformamos y mejoramos nuestra civilización del amor que Cristo nos legó.
Tristemente nada de esto es cierto en el Islam, es una religión de muerte, de robo, terror y violencia. No creo que todos los musulmanes sean así. Quiero pensar y creer que la mayoría son tolerantes, pacíficos y bondadosos. Muchos serán, la mayor de la veces, mejores que tantos católicos y cristianos de a pie. Pero su religión jamás será capaz de producir una civilización basada en la libertad, la paz y la generosidad entre todos los hombres. Sus supuestos valores no están en la raíz de sus principios.
Qué razón tenía el Papa Benedicto XVI, cuando en una ocasión se le preguntó en uno de sus viajes, de qué manera la Iglesia puede responder al diálogo imperativo con el Islam y respondió: “El fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión y va contra el sentido de la religión, que, en cambio, invita a difundir la paz de Dios en el mundo. Por lo tanto, el compromiso de la Iglesia y de las religiones es aquel de cumplir una purificación de estas tentaciones, iluminar las conciencias y hacer de tal manera que cada uno tenga una imagen clara de Dios.
Debemos respetarnos unos a los otros. Cada uno es imagen de Dios y debemos respetarnos recíprocamente. El mensaje fundamental de la religión debe estar contra la violencia, que es una falsificación como el fundamentalismo, debe ser la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para favorecer el dialogo, la reconciliación y la paz”.
No me resta sino elevar mi oración por todos estos hombres y mujeres inocentes, acompañar el duelo de tantas familias destrozadas por esta barbarie atroz e injustificada. Jamás el odio, el coraje, la rabia, el terror o el pánico tendrán la última palabra ante estas amenazas. El amor es más fuerte, no lo olvidemos, porque la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Los bendigo de corazón.