Este jueves 10 del presente, el Papa Francisco se reunió en la Sala Clementina del Vaticano con los nuevos obispos de todo el mundo nombrados durante el transcurso del año, entre quienes estaba Mons. Fidencio López Plaza, Obispo de san Andrés Tuxtla, Ver., quien fuera miembro de nuestro presbiterio. Ahí les dirigió un Mensaje, en el que les pidió que sean Obispos testigos del Resucitado; Obispos pedagogos, guías espirituales y catequistas; Obispos mistagogos y Obispos misioneros.
Les recordó el pasaje de la Escritura en el que el Señor resucitado les da un saludo de paz a sus Discípulos reunidos en el cenáculo el “día después del sábado” (Jn 20, 19-23); cómo los encuentra en “un breve pero oscuro intervalo, se habían dejado disgregar por el escándalo de la cruz: cansados, avergonzados de su propia debilidad, olvidándose de su identidad de seguidores del Señor”. Les recuerda que el Resucitado atravesó los muros “deteniéndose en medio de ellos, mostrando los signos de su sacrificio de amor”, y sopló sobre ellos infundiéndoles el Espíritu Santo para que fueran “dispensadores en el mundo del perdón y la misericordia del Padre”.
Les dijo: “Son Obispos de la Iglesia, recientemente llamados y consagrados. Han venido de un irrepetible encuentro con el Resucitado. Atravesando los muros de vuestra impotencia, Él los ha reunido en su presencia. Aunque conoce vuestras negaciones y abandonos, vuestras fugas y traiciones. No obstante esto, Él ha llegado en el Sacramento de la Iglesia y ha soplado sobre ustedes. Es un aliento que hay que custodiar, un soplo que transforma la vida (que nunca será ya como antes), […] Les ruego no domesticar tal potencia, sino dejarla transforma vuestra vida”.
En la liturgia de este Domingo (XXIV Ordinario) el evangelio presenta a Pedro que reconoce en la persona de Jesús al Mesías esperando tantos siglos por su pueblo (Mc 8, 27, 35), un Mesías que en el pensamiento y deseo de Pedro sería más bien un justiciero vengador de todas las afrentas sufridas por el pueblo, por eso Jesús le reprende fuertemente: “¡Apártate de mi satanás!”. Satanás significa no solamente al opositor, sino a aquel que retuerce la verdad y dice la mentira, al falso maestro. La amenaza más grande para el discípulo de Cristo es el rechazo de la cruz, el sacrificio por amor del que habla el Papa. Jesús sí es el Mesías, pero no como lo imagina Pedro, estaríamos dándole la razón al filósofo que afirma que Dios no es más que la proyección de nuestros mejores deseos e ilusiones. El Mesías verdadero se revelará en la cruz y en la resurrección, no se trata de proclamar una verdad inventada a fuerza de repetir ideas subjetivas, sino de testimoniar el poder del Padre desde nuestra propia debilidad, de aceptar que nos hemos equivocado, que hemos destruido, renegado del amor. Es dejarnos guiar por el Espíritu de verdad el cual no se puede domesticar. La respuesta a ese amor que sana y que perdona, que reconstruye y nos devuelve el rumbo perdido, se demuestra con la fe, que son obras de amor como explica el apóstol Santiago (2ª Lectura). Septiembre mes de la patria, mes de forjar una historia sin pretender ignorar a los desaparecidos, sintiendo sí vergüenza de nuestras propias debilidades pero abiertos a la conversión, a una nueva y radical forma de hacer Patria. El Generalísimo Morelos lo sabía, por eso hizo llamarse “Siervo de la Nación”. Pedro, ya convertido ofrecerá su vida en el sacrificio supremo. Francisco ha dicho que es “Siervo con los siervos”, refiriéndose al Colegio Episcopal. Sólo el perdón puede borrar nuestra vergüenza, no la “verdad histórica” ¡Viva México!
Pbro. Filiberto Cruz Reyes