Al suprimir la liturgia la lectura continua del evangelio de san Marcos y poner en su lugar el relato de la multiplicación de los panes de san Juan, nos está indicando que allí debemos poner especial atención; y relacionando el milagro de los panes y de los pescados con la pascua judía, san Juan lo está refiriendo a la pascua de Jesús, la Eucaristía. Todo está lleno de significados en san Juan.
La multitud sigue a Jesús porque veía los milagros que hacía con los enfermos. La crítica es velada. No está mal seguir a Jesús al ver los signos milagrosos, lo malo está en no ver más allá del interés personal, inmediato. A la fe se le exige ver más allá. Los milagros son signos de la gloria de Dios presente en Jesús, que reclama su adoración.
Alimentar a la multitud es iniciativa de Jesús y él ya lo tiene decidido. La pregunta es “de dónde” y cómo vendrá el sustento. La respuesta de Felipe apuesta por la economía, pero la suma de dinero, por más generosa que sea, no basta. Jesús pone a prueba, no los conocimientos económicos de Felipe, sino su fe. El problema del hambre pone al hombre en una verdadera encrucijada, y la solución no puede esperar.
El genio teológico de san Juan hace surgir una luz de generosidad en un donante anónimo, que ofrece cinco panes duros y dos pescados secos. El remedio es poco, casi ridículo, pero la generosidad enorme, con un componente de fe extraordinario al entregarlos a la comunidad. Jesús percibe de inmediato la grandeza del gesto y lo bendice con la esplendidez del milagro. La solución al problema del hambre en el mundo solo se remedia con la generosidad, la gratuidad y la confianza en Dios. Generadora del subdesarrollo es la falta de fraternidad.
En la Eucaristía, los cristianos aprendemos a poner lo nuestro, lo mínimo, el pan y el vino y a recibir lo máximo de Dios, el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Cada misa es una lección de gratuidad solidaria, que genera la comunión y produce la salvación.
Los judíos ven los signos, pero no comprenden el actuar de Dios. Quieren asegurarse la presencia de Jesús para convertirlo de salvador en abastecedor. El intento de manipular a Dios para que le resuelva sus problemas, es tan antiguo como el ser humano. Esperamos que venga alguien a resolvernos los problemas, o al menos a tener a quien culpar. No acercamos los panes y los peces a la mano de Jesús para que los distribuya, sino que estiramos el bazo para que lo llene sin esfuerzo.
En el proceso de la fe, el primer paso es reconocer que sin Dios nada podemos. Este es el pecado fundamental de lo economistas. Creen saberlo y poderlo todo. El segundo paso es poner en manos de Dios lo poco que tenemos; extender las manos no sólo para recibir sino para dar. Todos somos acaparadores de bienes. El tercer paso es arriesgarnos a perderlo todo y a quedarnos sólo con la confianza en Dios. Entonces el milagro brota generoso de las manos de Jesús: Todos se saciaron y sobraron doce canastos, uno para cada Apóstol, para que la Iglesia siga trasmitiendo esta fe, esta experiencia de Jesús y de la primera comunidad. Si así celebramos el milagro cotidiano del pan y del vino en la santa Eucaristía, se realizará en el mundo el milagro estupendo de los cinco panes y de los dos pescados.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro