La llegada de los Reyes Magos a Belén y la adoración al Niño Jesús es una escena que no sólo despierta la fantasía de los pequeños sino que ha excitado la imaginación de los artistas y estimulado su creatividad. Todos en el mundo cristiano vivimos de alguna manera bajo su influencia. Pero, más allá de fantasías e imaginaciones, ¿qué significa este acontecimiento cristiano? ¿No bastaban los pastores de los campos de Belén, acompasados con bombo y platillos celestiales, para rendir homenaje al Mesías y dar testimonio de la llegada del Salvador? ¿Por qué María y José tuvieron que recibir y mostrar su hijo a esos personajes extraños, poderosos, que jamás habían visto ni oído y que hablaban una lengua extranjera que ellos no comprendían? Unos extranjeros, ricos y sabios, postrados a los pies de un pequeño recién nacido en actitud de adoración, es un hecho desconcertante que nos llama la atención y nos invita a la reflexión. Hecho extraño entonces, mucho más hoy.
Para los ricos Jesús tuvo palabras duras en su evangelio: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve”; para los sabios, no menos: “Dios ha revelado los misterios del Reino no a los sabios y entendidos, sino a la gente sencilla”. ¿Dónde quedan, pues, los ricos y los sabios en el Reino de Dios? ¿Habrá un lugar para ellos también?
El relato de la adoración de los Magos parece darnos la respuesta. Estos ricos y sabios del Oriente tienen el sentido de la trascendencia. No excluyen a Dios de sus vidas. Ni la adoración. Reconocen la dignidad humana -y divina- en el pequeño, no por lo que tiene sino por lo que es. Han dejado patria y comodidades; se han levantado de sus tronos para terminar de rodillas ante un pequeño recostado en un pesebre. Los escrutadores del cielo, los sabios y entendidos de las cosas de este mundo, dejan que la estrella prosiga su órbita -no su ciencia sino su autosuficiencia- para recibir la luz que brota del portal de Belén. La riqueza y la sabiduría humanas tienen cabida ante Dios cuando, levantándose del trono dorado de su egoísmo, se ponen en camino en búsqueda de Dios, lo reconocen en un niño débil y pobre, doblan ante él la rodilla y le comparten sus bienes.
Los Magos de Oriente son una maravillosa conjunción de riqueza y sabiduría, donde ésta da sentido a la primera, la hace humilde y servicial. La riqueza verdadera no se cierra en sí misma, porque sabe que sola no se puede bastar; que sin la sabiduría de Dios, es ídolo estéril, mortífero, que no salva sino que conduce a la perdición. En los dones que ofrecen los Magos a Jesús está la invitación a todos los poderosos de este mundo a ponerse al servicio de los pobres y a rendir a Dios su adoración. Este es “el otro camino” por el que los Magos volvieron a su patria: el camino de la salvación.
† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro