Terminamos el 2014, año rico tanto en acontecimientos hermosos como en tragedias. Y, aunque al final, el año parece sombrío, tenemos la oportunidad de hacer un buen balance personal para buscar que 2015 sea de verdad mejor.
Cuando los medios nos ofrecen una revisión del año que está por terminar, el panorama lo dominan las tragedias: las crisis políticas y militares, como las de Ucrania y Corea del Norte; el fanatismo islámico, con sus decapitaciones y atentados; el narcotráfico y todas sus tristes matanzas y secuestros; la pandemia del ébola en África y un largo etcétera.
Sin embargo, debemos reconocer que, detrás de las situaciones globales de la vida política, económica y social siempre hay historias individuales. Aunque parezca que los destinos de toda una civilización están en manos de unos pocos poderosos, la historia en realidad se mueve también por la actuación de las personas individuales que deciden vivir una vida llena de sentido, de valores y de fe; o bien, esa misma historia se ve afectada por quienes llevan una existencia mediocre, que pacta con los defectos personales, con la corrupción y se justifica para no ser solidario.
Ante las tragedias, pequeñas y grandes, de nuestra sociedad y del mundo, siempre debe haber un espacio para la reflexión personal, y ver si somos personas que, con nuestros valores y nuestras acciones, ayudamos a mejorar nuestro entorno familiar y laboral.
Fue muy llamativo que el Papa Francisco, en la tradicional reunión de fin de año con la Curia romana, pronunciara un discurso en el que invitó a los cardenales, obispos y otros funcionarios a reflexionar sobre sus posibles fallos y defectos, que afectan a los demás.
El Pontífice les habló de un elenco de “enfermedades”, o sea del mal funcionamiento en el servicio a la Iglesia, con una clara finalidad: reconciliarse con Dios. Esa invitación también es válida para el resto de los ciudadanos: hacer un examen personal para luego pedir perdón a Dios y a los demás.
Veamos algunas de ellas. La enfermedad de sentirse “inmortal”, “inmune” o incluso “indispensable” en la propia labor profesional. Quien no se autocrítica, que no se actualiza, que no trata de mejorarse es un cuerpo enfermo. Es la enfermedad de aquellos que se transforman en patrones y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos.
También está la enfermedad de la “fosilización” mental y espiritual. Es decir, aquellos que poseen un corazón de piedra. Se trata de los que pierden la sensibilidad humana necesaria para llorar con quienes lloran y alegrarse con aquellos que se alegran
El Santo Padre también destacó el “alzheimer espiritual”, que se observa en “quien ha perdido la memoria de su encuentro con el Señor y depende sólo de sus propias pasiones, caprichos y manías y construye a su alrededor muros y costumbres”.
“Las habladurías y los cotilleos”, son otra de las enfermedades citadas por el Pontífice, así como la de “divinizar a los jefes”, al ser “víctimas del carrerismo y del oportunismo” pensando sólo en lo que se quiere obtener y no en lo que se debe ofrecer.
Si nos examinamos de todo esto, seguramente descubriremos que podemos cambiar nuestro enfoque en el modo de trabajar y de servir a los demás. Y con este nuevo paradigma, al menos nuestra historia personal contribuirá a reducir la corrupción y las fricciones. Y así, en 2015, podremos ser repartidores de paz, constructores de solidaridad.
Les deseo a todos los lectores y a sus familias estupendo Año nuevo, lleno de bendiciones.
Pbro. Luis-Fernando Valdés