Dios, para mostrar al pueblo de Israel su inmenso amor, le dice estas hermosas palabras por medio del profeta Isaías: “¿Podrá acaso una madre olvidarse de su pequeño, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque una madre se olvidare, yo no me olvidaré de ti” (Is 49, 14).
¿Qué pasa en el corazón de una madre cuando no sólo se olvida sino que priva de la vida al hijo de sus entrañas? Dios mismo parece pensarlo como imposible, porqué Él mismo sembró no sólo la vida sino el amor en el corazón de la mujer. ¿Será posible que esto suceda?, parece preguntarse Dios en el texto de Isaías. Desgraciadamente sucede; pero antes, algo muy grave y doloroso debe pasar en el corazón de una madre, para llegar a tomar una decisión tan violenta.
Sin duda que una determinación de esta naturaleza debe de estar propiciada por el espíritu del mal. Sólo Dios conoce la intimidad de cada uno. Pero no podemos menos de preguntarnos sobre nuestra responsabilidad en estos hechos: ¿Qué cultura, qué sociedad, qué tipo de familia hemos propiciado para que una mujer –y ahora son miles– llegue a tomar una decisión tan dolorosa? Sabemos que este mundo siempre será imperfecto; pero a cada uno de nosotros nos toca hacerlo mejor. “El recto ordenamiento de las realidades terrenas” –de las leyes, de las condiciones de vida- “es una tarea de cada generación; nunca es una tarea que se pueda dar por concluida”, nos ha dicho el Papa Benedicto XVI. Tampoco “es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido sólo por el amor” (SS 26.27).
Cuando seamos capaces de sentir en nuestra vida y de comunicar a los demás el amor de Dios y su infinita misericordia, entonces experimentaremos –dice el Papa–, a pesar de las dificultades, “lo que significa haber sido redimidos por Jesucristo… y lo que es propiamente ‘vida’” (Cf. SS 26.27). Jesucristo, que entregó su vida por nosotros, es el que nos revela el valor infinito de la vida. Cuando creamos en Él, entonces nadie privará de la vida a su hermano, mucho menos al hijo de sus entrañas. Seremos así, como hermosamente dice el Papa Juan Pablo II: “el pueblo de la vida y el pueblo para la vida”.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro