Recomendaciones prácticas sobre su uso.
Cristo escogió para celebrar su cena pascual una sala grande, adornada y preparada con todo lo necesario para ocasión tan singular. Allí pronunció su discurso sobre la vid y los sarmientos, invitando a sus discípulos y permanecer unidos a Él para dar mucho fruto. Desde el Antiguo Tesamento, Dios pidió que la “tienda de la reunión” fuera un lugar digno para que allí manifestara su Gloria. La celebración de la alianza de Dios con Israel se celebra poéticamente en el libro del Cantar de los Cantares, donde el desposorio se realiza en medio de canciones, vides, manzanos, flores y frutos sabrosos que despiden su aroma. Dios disfruta de su creación junto con el hombre, la única criatura que puede experimentar este gozo espiritual. La belleza es el camino escogido por Dios para encontrarnos con Él.
Las flores son un elemento indispensable para manifestar el gozo y la alegría entre los humanos. En la liturgia —Fiesta de Dios— celebramos su amor por nosotros. No deben de faltar las flores. Cuando se dedica un altar nuevo al culto divino, se le unge con óleo perfumado, el crisma, y se le adorna con luces y flores. El Misal Romano pide que se haga el adorno floral “más bien alrededor del altar” y no sobre él, pues es signo de Cristo.
Debe adornarse también el ambón, lugar desde donde se proclama el Evangelio, la Buena Nueva de la salvación. Los antiguos Padres de la Iglesia lo consideraban como el jardín donde Jesús se manifestó resucitado y glorioso a las mujeres. Este gozo y alegría debe expresarse también con flores, acompañadas por supuesto con un buen sonido, con un Evangeliario hermoso, con incienso y buen gusto.
Según lo exija la arquitectura del templo, se deben adornar otros lugares de modo que se cree un ambiente de bienestar y de gozo por la presencia del Señor en medio de los suyos. No puede olvidarse el adorno de la nave del templo, porque allí también está Cristo presente en la comunidad reunida en su nombre y no sólo el pasillo como se acostumbra malamente en las bodas.
Los libros litúrgicos piden que el adorno se haga “con sobriedad y buen gusto”, lo que no siempre se logra. No debe confundirse el buen gusto o la generosidad con el despilfarro, a veces ofensivo. El adorno floral, al cual se pueden incorporar plantas verdes y hasta frutos, debe tener en cuenta los tiempos litúrgicos; en el Adviento no se debe adelantar la alegría de la Navidad y en la Cuaresma están prohibidas las flores.
Un vicio mayúsculo es el usar flores de plástico o artificiales. Todo lo falso debe eliminarse del culto católico. La belleza de las flores refleja la belleza de Dios, y lo efímero de su vida nos recuerda lo frágil y pasajero de nuestra existencia. Escuchemos el consejo del Sirácide: “Escúchenme, hijos santos, y crecerán como rosal junto a la corriente; perfumen como incienso, esparzan buen perfume y florezcan como azucenas. Alcen la voz en canto de alabanza y bendigan a Dios y sus obras” (39, 13). Cada celebraron litúrgica debe ser una floración de amor a Dios que alegre a los hermanos y perfume la tierra.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro