Algunas observaciones prácticas sobre ellos.
No hace mucho que el Papa Benedicto XVI tuvo un encuentro singular: recibió a más de 40,000 acólitos de todo el mundo en una solemne y alegre audiencia. Comenzó recordando que él había sido acólito en su parroquia, hacía ya más de 70 años y que lo recordaba con alegría. Después les hizo una observación muy singular: “Tal vez, les dijo, a algunos de ustedes Jesús les está diciendo: Quiero que me sirvas de manera especial como sacerdote”; y les pidió “estar abiertos a la posibilidad del llamado a la vocación sacerdotal”. De hecho, muchos sacerdotes han sentido el llamado de Jesús cuando eran servidores del altar en su parroquia al ver, por ejemplo, la piedad y la entrega generosa de su señor Cura.
Ahora es costumbre que también haya “monaguillas”, jovencitas que a la par, y a veces en mayor número que los varoncitos, sirvan al altar. Esto no tiene que causar ningún problema doctrinal, porque la ley de la Iglesia establece que los fieles laicos pueden prestar este servicio (c. 230, & 2), y siempre se entiende por fieles laicos tanto los hombres como las mujeres. La normativa más concreta se deja a las Conferencias episcopales y al Obispo diocesano (Redemptionis Sacramentum, 47). Entre nosotros es costumbre ya comúnmente aceptada y bienvenida.
Sin embargo, habría que tener en cuenta algunas observaciones prácticas como es, por ejemplo, que a veces los niños adolescentes no gustan, en esa edad difícil, del trato cercano con las niñas y por eso se alejan del servicio al altar. Esto sería delicado, porque, como dijo el Papa, el servicio al altar es una ocasión de que Dios se sirve para llamar a los acólitos al sacerdocio. En algunos lugares son los padres de familia quienes tienen diverso parecer. Aquí interviene la prudencia y el cuidado pastoral del señor Cura para explicar y equilibrar las cosas.
Desde luego que los padres de familia deben de tener en gran honor que sus hijos e hijas presten este servicio en su parroquia y, sobre todo, haciéndoles ver que es una manera muy propia a esa edad de incorporarse al servicio de la comunidad, como es deber de todo fiel católico. El Papa lo dijo hermosamente: “Queridos monaguillos, ustedes son ya Apóstoles de Jesús, cuando desempeñan el servicio al altar en la Liturgia”. Si ésta es su dignidad, debe manifestarse también en la conducta y en la vestidura limpia, digna y apropiada. Ser monaguillo o monaguilla es un gran honor.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro