La afirmación del Papa Benedicto XVI ante los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, fue contundente: “La Iglesia no hace proselitismo”. La Iglesia prefiere el anuncio del evangelio y la presentación de la persona de Jesucristo para llamar a los hombres a la salvación. El que atrae y salva es Jesucristo. Él propone, no impone la salvación. La fuerza de su palabra y el atractivo de su vida son suficientes para convencer al hombre de buena voluntad y hacerlo discípulo suyo.
Esta fue la respuesta simple y profunda del Papa al sonsonete que han venido repitiendo los medios de comunicación, señalando el avance de las sectas y la pérdida de seguidores como el principal problema de la Iglesia católica. Sin que éste deje de ser un asunto preocupante o significativo, el Papa nos remite a lo esencial: La Iglesia no es secta, sino que está en las antípodas de las mismas y de sus métodos proselitistas. El sectario no se encuentra en la comunidad de salvación que fundó Jesucristo, sino que está en lo suyo. No hace la obra de Dios, sino del hombre. Así de sencillo y así de claro. Y de definitivo también.
El proselitismo ha sido descrito por el Consejo Mundial de las Iglesias como “corrupción del testimonio cristiano”, porque pervierte la fe deformando los contenidos y violentando las voluntades con métodos agresivos, lesivos de la dignidad de la persona humana. El proselitista busca el éxito a como de lugar e impone su gloria a la gloria de Cristo. El proselitismo suele ser el método privilegiado de los grupos religiosos minoritarios, que se separan de los grandes troncos espirituales y se convierten en ramas menores pero agresivas, urgidas de protección. La necesidad de defensa y de abasto espiritual induce a las sectas a la cerrazón y al consiguiente fanatismo.
A la Iglesia católica preocupa la pérdida de fieles indefensos ante la agresividad de algunos de estos grupos religiosos sectarios, pero la respuesta adecuada no está en pagar con la misma moneda ni en utilizar las mismas armas, sino en la vuelta sincera a Jesucristo, en el descubrimiento de su voluntad y en una vida coherente con la fe que profesamos. El Concilio afirmó categóricamente que la verdad del evangelio no se impone sino con la fuerza de su propia verdad. Este es el auténtico método evangelizador. El esplendor de la verdad es lo único que puede atraer al hombre a Cristo, aunque la verdad que hace libre al hombre es la que éste muchas veces no quiere ver.
† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro