Sobre poder económico y medios de comunicación.
Dos son las coordenadas que rigen el mundo contemporáneo: el poder económico y los medios de comunicación, que es decir lo mismo. Ahora todo se vende, todo tiene un precio, todo es mercancía; desde luego, y más, la persona humana con todo y su conciencia. Es lo que más reditúa, como debe ser en la mercadotecnia del mundo global inhumano y despersonalizado. «El aborto es asunto de salud pública, no de moral». Qué bonito, ¿verdad? Si el hombre deja de ser un ser moral, deja de ser humano, señores. ¿Qué son ustedes? ¿Quién piensan que somos nosotros? El asunto de fondo es que la moral no reditúa económica ni políticamente, pero sí cuesta. Cuesta ser hombre cabal, de principios y valores. La que llaman salud pública en el campo de la sexualidad, se ha convertido en un negocio colosal con la venta de químicos e instrumentos, y ahora más con las clínicas abortistas y el mercado de los embriones humanos. Cuando aparecen las ideologías desaparecen las razones y la racionalidad. Si se añaden intereses económicos y de poder, tenemos la dictadura del relativismo, la vil y grosera manipulación de las personas y de la sociedad. El bloqueo publicitario para ejercer libremente la capacidad pensante no sólo conduce a la irracionalidad, sino a la amnesia. Nos han convertido en «zombis vivientes», materia gris manipulable o en forzado desempleo.
¿Cómo llegamos a esto y a lo que viene? Un siglo casi de régimen autoritario y manipulador no es poca cosa. Nada de extraño que ese mismo régimen, todavía supérstite y ramificado, recurra al mayoriteo y a la cargada en los medios de comunicación. En esta atmósfera y con estos antecedentes, ¿qué se puede esperar? La ignorancia carece de todo, menos de audacia. Con dedo levantado se decreta quién debe vivir y quién debe morir; más aún, el instante preciso: semana, día, hora en que un presunto amasijo de carne se convierte en persona. Resultaron hasta expertos en embriología humana. Un caso «Galileo» al revés, con la diferencia de que el astrónomo se pudo defender y sobrevivió. Por eso resulta inquietante la pregunta en una pancarta: «¿Quién sigue?». Quién, sí, porque se trata de la eliminación de un ser humano, como lo dicen la ciencia, el buen sentido y la religión. Lo quieran o no. Seguirán sin duda la eutanasia, la manipulación de embriones y mil linduras más. Sentenció el Concilio en la Gaudium et spes: «La negación de Dios es la destrucción del hombre». Tome nota el elector.
«Terrorismo de rostro humano» le llamó el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y claro que molestó. Por supuesto que también las palabras de nuestro Santo Padre incomodaron. «¡Injerencia de una potencia extranjera!», coreó la cantaleta de siempre. ¿Desde cuándo la vida humana es propiedad de alguien, de un grupo, de un partido? Comentó hace poco el papa Ratzinger: «Si no nos ocupamos del hombre, ¿de qué nos vamos a ocupar?». Afirmar que el hombre es imagen y semejanza de Dios tiene consecuencias graves para la conducta humana, porque ni Dios ni su imagen se pueden impunemente manipular. La solución del sanedrín fue borrar esa divina imagen en las doce primeras semanas de gestación. El retorno de Huichilobos al compás del atabal.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro