Hermanas y hermanos en el sacerdocio bautismal,
Hermanos en el sacerdocio ministerial:
Pocos días antes de la Pasión del Señor, tiene lugar un acontecimiento que ilumina esta celebración. San Mateo lo relata así: «Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simeón el leproso, llegó a él una mujer, con un frasco de alabastro, lleno de costoso ungüento y lo derramó sobre la cabeza mientras estaba recostado a la mesa». Según san Juan, la escena tiene lugar en casa de Marta y María, donde acuden a ver a Lázaro, el recién vuelto a la vida, como a un ser extraño, con el cual Simeón, el organizador del banquete, estaría emparentado, y anota el evangelista: «toda la casa se llenó del olor del ungüento». Este gesto despierta la crítica de Judas, quien alega la necesidad de socorrer a los pobres. Jesús invita a sus oyentes a socorrer a los pobres, puesto que siempre están presentes en la comunidad. Pero se detiene a explicar el significado profético del gesto de la mujer arrepentida, que desvela también la intención oculta del traidor. Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, me ha ungido para mi sepultura. Y añade Jesús una profecía, que nosotros estamos cumpliendo hoy: «Donde quiera que sea predicado este Evangelio en todo el mundo, se hablará de lo que ha hecho esta mujer, para memoria suya».
La santa Iglesia en esta celebración solemne de la bendición de los óleos y la consagración del santo crisma, renueva este gesto de la mujer y una vez llorado sus pecados durante la cuaresma unge sus pies con perfume, para que nuevamente toda la casa, es decir la santa Iglesia, se llene de su fragancia.
En esa ocasión, Judas recibió un reproche severo de Jesús, que san Juan interpreta como dirigido a un ladrón, a quien nada interesaban los pobres. Así se confirma el traidor, en la determinación de entregarlo, que ya lleva en su corazón. La cena de Jesús se ve honrada por el bálsamo del arrepentimiento amoroso de la pecadora y y mancillada por la envidia criminal del traidor. Camina así la santa Iglesia, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, explica san Agustín.
A nosotros nos toca, hermanos presbíteros, venir a derramar nuestro perfume a los pies de Jesús y hacer que su olor se difunda por toda la iglesia diocesana, en todas las parroquias y comunidades, llevando el suave olor de Cristo, que es su Evangelio, su perdón, su salvación. En efecto, el día de nuestra Ordenación Sacerdotal, se derramó este santo ungüento en nuestras manos, para que puras, pudieran santificar al pueblo de Dios, elevando al cielo la víctima santa, implorar sobre él las bendiciones divinas, curarlo con el bálsamo del sacramento del perdón y alegrarlo con el suave perfume de nuestra caridad pastoral, así lo pedimos hoy en la oración de consagración del santo crisma: «haz que este crisma sea signo de vida y salvación para los que has de hacer nacer de nuevo, en las aguas del bautismo, cuando sean ungidos con este óleo santo, transfórmalos en templos de tu gloria, que irradien la salvación que viene de ti, a través de este signo del crisma, concédeles la dignidad real, sacerdotal y profética, y la fortaleza para que la vivan con integridad».
Para hacer esta promesa y deseo posible, nosotros los presbíteros ordenados, renovaremos el compromiso de ser fieles dispensadores de los misterios de Dios, por medio de la sagrada Eucaristía y de las demás acciones litúrgicas. Cumplir fielmente con el sagrado oficio de enseñar, a ejemplo de Cristo, cabeza y pastor, no movidos por el deseo de bienes terrenos, sino impulsados solamente por el bien de los hermanos, es decir, por nuestra caridad pastoral, alma de nuestro sacerdocio.
Tenemos como misión hacer que la Casa de Dios se llene de perfume, especialmente en este año dedicado a la pastoral litúrgica, para que la participación activa sea cada vez más conciente y digna, llena —dice el Papa Benedicto XVI— del esplendor de la verdad, que refleje —continúa el romano pontífice— que refleje la belleza del amor de Dios, que se ha revelado definitivamente en el misterio pascual —y añade—, la belleza de la liturgia es parte de este misterio, es expresión eminente de la gloria de Dios, y en cierto sentido asomarse del cielo sobre la tierra.
El memorial del sacrificio redentor, lleva en sí mismo, los rasgos del resplandor de Jesús. La belleza por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica, es más bien, un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y su revelación.
La toda hermosa Virgen María nos alcance la gracia de hacer de nuestra vida sacerdotal un suave perfume que irradie la bondad y la santidad de Cristo y que el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico sea signo eficaz, de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios del cual estamos llamados a participar. Que así sea.
† Mario de Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro