La palabra de Dios en este domingo dedicado a la solemnidad de la Santísima Trinidad nos lleva a darnos cuenta de una relación de amor la Trinidad es la perfecta unión, es el modelo de unidad en el amor; de esta manera Dios nos pone el ejemplo de cómo permanecer unidos en el amor.
En este día escuchamos en el Evangelio como los discípulos van al encuentro del Señor, son puntuales a la cita que Jesús les hace, la narración de este día pone de manifiesto cómo estos discípulos al ver tuvieron miedo cuando vieron al Salvador. Esto nos lleva a reflexionar un poco sobre nuestro encuentro con Jesús, debemos por tanto quitar nuestros miedos y dejarnos guiar por la mano bondadosa de Dios, el cual siempre estará al pendiente de sus creaturas y no dejará descuidada a ninguna de ellas, la tradición y la sabiduría popular lo ha condensado en una frase que es sencilla que esta cargada con una fuerte dosis de Teología que a la letra dice así: “La Divina Providencia se extienda en cada momento, para que nunca nos falte casa, vestido y sustento y a la hora de la muerte, el Santísimo Sacramento”.
Continua después la narración evangélica, mostrándonos como Jesús habla con sus discípulos diciéndoles como le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, porque Él es el Hijo de Dios esperado por la humanidad, al cual tiende todo y por quien Dios ha hecho todo, así Jesús es el soberano de la tierra, tiene poder para atar y desatar, en Él tienen cumplimiento todas las cosas, por eso el Señor se presenta así a sus discípulos, de una manera clara y concreta.
Por esta razón Jesús les hace un encargo, les da una misión a sus discípulos: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, esta es la primera parte de la misión, la cual tiene mucha labor porque implica dejar tus comodidades y salir, en el nombre del Señor, confiar en Dios y lanzarse al encuentro del hermano, pero esto no se da si no se tiene un convencimiento pleno en Jesús, debemos creer en Jesús y creerle a Jesús, los discípulos después de la resurrección le creyeron a Jesús y ahora dan testimonio de su nombre, porque han aprendido todo lo que Él les enseñó, todo cuanto Él les ha mandado. Por eso ser discípulo de Jesús implica llevar una vida cristiana recta, vivir como Jesús nos enseñó, pero para hacerlo debemos vivir con Jesús, es decir tenerlo en nuestro corazón y en nuestra mente y que Él sea la norma que rija nuestra vida, así seremos cristianos de una sola pieza y tendremos la segunda herramienta que nos pide Jesús para anunciarlo. Pero no debemos olvidar la alegría que brota del encuentro de Jesús, así para ser mensajeros de la Buena Nueva del Señor debemos: llevar a Jesús en nuestro corazón, su Palabra en nuestras manos y una sonrisa evangelizadora en nuestro rostro.
El evangelio concluye diciendo: “Sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Esta es la certeza que tenemos de la compañía de Jesús en toda su obra, si nos olvidamos del protagonista pierde sentido todo lo que hacemos, por eso debemos de recordar que no somos nosotros los que nos predicamos sino que solo somos instrumentos para llevar a cabo la expansión del reino de Dios en el mundo, mientras más personas conozcan y crean en el Señor, el mundo irá cambiando paulatinamente, pero esto no se hace si nosotros no damos testimonio claro con nuestra vida de que Jesús está con nosotros.
Que la Santísima Trinidad nos ayude y nos dé fuerza para predicar la Buena Nueva del Reino y que nunca perdamos de vista el objetivo de la evangelización.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro