(La alegría de ser discípulo misionero) El caudal de donde brota toda la acción misionera sea siempre la contemplación. Podremos hacer grandes obras in duda pero, si no mantenemos un estrecho lazo de unión con el Señor, éstas serán mero altruismo social, no un acción cristiana de Salvación. El misionero siempre tiene que ser un enamorado de la contemplación, de la escucha de la oración que nutre de vida interior.
Al igual que el Apóstol nuestra plegaria de petición tiene que ser constante: “Señor enséñanos a orar”.
La respuesta de Cristo es tal, que llena la vida de la humanidad, recibiendo en el Padre Nuestro, no sólo la perfecta oración sino, y ante todo, la transparencia que del Hijo ella nos muestra. Es sin duda, su actitud y su propia forma de orar lo que más seduce a los que le siguen. ¿De dónde brotan las maravillas que le vemos hacer? Se podrían preguntar atónitos sus seguidores; pues de la intimidad de relación que Él y su Padre tienen, y de la cual quiso compartirnos el secreto: ¡sólo basta decir Padre!
Jesús Orante
“Una ve que estaba orando…” El Evangelio en repetidas ocasiones nos habla de cómo oraba Jesús: solo y acompañado, en la Sinagoga y en la montaña, cuando estaba contento daba gracias y cuando asomaba la Cruz pedía fuerzas. Hizo oración de petición, de gratitud, de alabanza. Pidió al Padre por Él, por sus Apóstoles, por nosotros lo creyentes, por sus enemigos, por todos.
Lección para nosotros
Tenemos que ser hombres y mujeres de oración y trabajo; siempre Contemplativos en la acción cotidiana. Si lo intentáramos de veras, si dedicáramos unos minutos diarios para llenarnos de la Gracia, muy diferente fueran las cosas; no solo para nuestra realidad personal, sino para la armonía de todos en Dios, incluyendo el todo de la creación.
Jesús nuestro maestro de oración
En el Padre Nuestro, Oración de las Oraciones, Jesús nos invita a llamar a. Padre. Ésta bella palabra de intimidad nos abre todo el panorama de nuestro interlocutor, de quien nos escucha en un dialogo vívido y vivificante. Debemos orar con confianza y perseverancia, con la total disposición de aquello de “Hágase tu Voluntad”. Amar su Voluntad es tarea cotidiana y, cuando ésta nos trae situaciones adversas, solo pensemos en Jesús; en la noche del Jueves Santo: “Si es posible, aparta de mí este cáliz pero no se haga mi voluntad… sino la tuya”.
¡Discípulos que oran, Apóstoles que cambian corazones!
Todos los cristianos estamos en la escuela de los orantes: los padres de familia, los catequistas, los misioneros, los Sacerdotes (más que nadie porque brotamos de la intimidad con Dios) llamados a ser Puentes de Gracia para todos los hombres desde la Oración. ¿Pero que es realmente orar? Ante todo no es decir oraciones de memoria que, si bien son pautas de intimidad, éstas en sí no son diálogos de silencio para poder y saber escuchar la voz del Amado. El que ora se sabe escuchado y lo que es más se sabe Amado. Orar es tener la actitud del joven Samuel en el Antiguo Testamento: “Habla Señor que tu siervo escucha”. Orar es tener la disponibilidad de María: “Hágase en mi según tu Palabra”. Orar es saciar la sed del alma: “Mi alma tiene sed de ti como tierra reseca”. Orar es abrir todos los sentidos y dejarme acariciar por el todo de Dios: “Cuando contemplo el cielo obra de tus manos…”. Orar es hacer el silencio en casa en el templo, en la calle, en la vida diaria. Es sentir la necesidad de decir: “¡Qué bien se está aquí hagamos tres chozas!”. Orar es interrogarme constantemente: “Señor que quieres que yo haga” Orar es respirar el aire de Dios que me envuelve en un Pentecostés que no se agota, que está vivo y presente en su Iglesia como el primer día que se pozo en fuego flameante sobre las cabezas de los Apóstoles y María. Orar es decir llenos de certeza: ¡Creo Espero y Amo a la Iglesia!
Con mis pobres oraciones necesitado de las vuestras . @Pbro_JRodrigo
Pbro. José Rodrigo López Cepeda Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» el 9 de noviembre de 2014