en su 54 aniversario de Ordenación Sacerdotal
(Ars longa, vita brevis) En días recientes apareció un libro en lengua española con una recopilación de textos de y sobre Albert Camus (Escritos Libertarios, Tusquets Editores), Premio Novel de Literatura (1957). Este autor, filósofo, ensayista, dramaturgo y activista social abordó en sus días temas que son de actualidad también hoy, pues abordó “los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”, se dijo al entregarle el premio mencionado. En su momento se le comparó con la actividad y obra de su compatriota, el también filósofo y Premio Novel de Literatura (1964) Jean Paul Sartre. Ligado a movimientos anarquistas influyó grandemente en muchos de ellos. En el libro mencionado, afirma el editor, Lou Marin: “Para mí, la anarquía es la visión de una sociedad libre y socialista, liberada de la tutela del Estado, de la dominación y de la violencia”. Afirma su militancia en grupos anarquistas, de los cuales dice: “Para estos grupos, si la sociedad genera el poder, esta sociedad es capaz de eliminarlo; para conseguirlo, es necesario que deje de someterse a él y que se niegue a apoyar a las personas que lo ejercen”. El grupo en el que él milita dice, es una “corriente anarquista no violenta de lengua alemana […] constituida por grupos de acción directa no violenta, da testimonio de la persistencia de un anarquismo que intenta alcanzar su objetivo social por medios no violentos” (p. 18). Es evidente que las diversas naciones en diversos tiempos han sufrido el abuso del poder del Estado y han buscado diversas soluciones.
En el fondo de todas esas situaciones está el problema de la perversión (del lat. perverto: poner lo de arriba abajo; poner del revés, trastornar, revolver, desordenar; volcar, derribar) de la autoridad. En efecto, nuestra palabra autoridad proviene del latín auctor, -ris; auctoritas, -tis, que significa “el que hace crecer, brotar o surgir algo; el que aumenta (la confianza), fiador, garante, responsable; testigo fidedigno; modelo, maestro; incluso el que alimenta. Por eso en estos días con todas las vicisitudes que vive nuestra patria de corrupción de muchas autoridades de todos los niveles y géneros, es imprescindible hacer nuestro examen de conciencia y emprender una verdadera reforma, no sólo de estructuras, sino de las personas en primer lugar, a nivel individual y colectivo, pues la corrupción se ha hechos también estructural, y no solo por acción sino también por omisión. Creemos que la solución no está en la política, sino en las personas, en la participación responsable de todos los que habitamos esta noble patria. En días recientes el Papa Francisco decía en Roma a los participantes en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares: “Los movimientos populares expresan la necesidad urgente de revitalizar nuestras democracias, tantas veces secuestradas por innumerables factores. Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin la participación protagónica de las grandes mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de la democracia formal”. Es decir, la democracia supone una participación constante de los ciudadanos, de las mayorías que “no se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar”.
Sí, son palabras de Francisco, que ya está “curado de espantos” de ideologías y regímenes autoritarios, pues él mismo los padeció en Argentina y ante los que levantó su palabra y obras fuertes pero pacíficas, esas que brotan del Evangelio del Cristo que ama tanto la vida que capaz de ofrecer la propia antes que lastimar la ajena. La Iglesia está convencida que la muerte del inocente siempre trae frutos de paz y de reconciliación, pero el cristiano ni es suicida ni masoquista, busca y debe luchar por una vida con justicia y dignidad para todos. ¿Será que ahora sí iniciaremos una nueva primavera? La verdadera autoridad es la que es capaz de dar la vida antes que quitarla, quien desprecia la vida del otro se desprecia a sí mismo y entonces ¿quién habrá que lo respete?
Pbro. Filiberto Cruz Reyes Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» el 9 de noviembre de 2014