Homilía en la Misa del III Encuentro Diocesano de Laicos

Santiago de Querétaro, Qro., 2 de mayo de 2010
 

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Hermanas y hermanos:

1. La gracia que la Iglesia pide para nosotros, sus hijos, en este tiempo de Pascua, es que, como fruto de nuestra fe en Cristo, «obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna». Dos palabras hermosas, de profunda raigambre cristiana: la libertad, que aquí se califica cómo «verdadera»; y la herencia, que se especifica como «eterna». No se trata de cualquier clase de libertad, sino de la verdadera, porque no existe otra que merezca este nombre, que no sea cristiana; y de una herencia que, para que interese a los cristianos, deber ser eterna. Una herencia temporal y corruptible y una libertad falsa, serían un engaño más de los que ya padecemos demasiados. Vamos, pues, los cristianos tras la verdadera libertad, que es don de Cristo, y tras la herencia que no perece, que nos aguarda con Cristo en el cielo.

2. Con respecto al don de la libertad, tan querido siempre pero particularmente sentido por el hombre moderno, debemos anotar que se trata de la «libertad conquistada por Cristo», al precio de su sangre. Se trata de una libertad onerosa, fruto de una conquista. Don de Dios, sí, pero también del esfuerzo nuestro.

3. El domingo pasado nos presentaba la liturgia la imagen de Cristo, el Pastor glorificado, que da la vida por sus ovejas; la da y la vuelve a tomar; nadie se la quita; Él la da. Su pasión fue «voluntariamente aceptada», reza la liturgia (Anáfora II). Sólo lo que proviene de la libre voluntad del hombre, puede ser acepto a Dios. Sólo lo que es conforme al plan de Dios, expresado en su Evangelio y en sus mandamientos, puede ser expresión de amor y, por tanto, de verdadera libertad. Nadie más libre que Cristo clavado en la cruz. Los clavos que le pusieron los verdugos sujetaron sus manos y sus pies, pero sus brazos quedaron abiertos lo mismo que su corazón traspasado, para abrazar a todo el mundo y a todos ofrecer su amor. Por eso su precepto es que nos amemos como él nos amó. Jesucristo fue el hombre libre por excelencia, y más cuando aceptó por amor ser clavado en la Cruz. La libertad cristiana pasa necesariamente por la cruz, con que fuimos marcados en el Bautismo y en la Confirmación. Cristo inaugura una nueva creación: el signo de esclavitud y de muerte, se convierte en instrumento de vida y de libertad.

4. La «herencia eterna». El domingo pasado contemplábamos también a nuestro Pastor «glorificado», en esa escena del Apocalipsis donde aparecía el Pastor traspasado convertido en Cordero glorioso. El Pastor crucificado se vuelve Cordero glorificado. Es el camino elegido por el Señor para llegar a la gloria: el de la inocencia, de la obediencia y de la humildad. Hoy el Evangelio nos dice que el Hijo del hombre fue glorificado una vez que Judas abandonó el Cenáculo, como si la gloria de Jesús dependiera de la presencia molesta del traidor. Y así es en verdad, y lo seguirá siendo mientras dure la peregrinación terrena de Jesús y de su Iglesia. Por eso, en la lectura del Apocalipsis escuchamos, nos habla de la nueva Jerusalén, que desciende del cielo, engalanada como una esposa para su prometido; y que entonces, y sólo entonces, se establecerá la morada definitiva de Dios con nosotros; que entonces vivirá con nosotros, como nuestro Dios, y nosotros seremos su pueblo para siempre; y entonces sólo entonces, Dios enjugará nuestras lágrimas y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, porque los antiguo pasó. Una vez terminado este mundo viejo y pecador, «el Señor hace nuevas todas las cosas». El inicio e inauguración de este mundo nuevo, es el que estamos celebrando en este tiempo de Pascua, con la Resurrección de Cristo. En Él, el mundo se desborda de alegría, aunque no lo sepa, y ha comenzado ya la nueva creación y el consuelo de Dios para sus hijos. Esta es la «herencia eterna», la verdadera, la que esperamos los cristianos.

5. La Eucaristía que celebramos, al trasformar el pan y el vino, fruto de la tierra, de la vid y del trabajo del hombre, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es un signo claro y un anticipo de esta «nueva creación» que esperamos. El poder creador de Dios no se agotó con la primera creación del universo, sino que Él puede y quiere hacer cosas nuevas, y obrar prodigios aún mayores. Y los está realizando día con día, para el que tiene fe. Esta es la esperanza cristiana, en la cual hemos sido redimidos. Esta es la alegría que experimentaron los paganos cuando Pablo y Bernabé, después de haber sido rechazados por los judíos, se «volvieron a los gentiles» y éstos se llenaron de gozo al saber que estaban destinados a la vida eterna.

6. Esta es la alegría y la esperanza que nos reúne hoy aquí, y todos los domingos, a los discípulos de Jesucristo para celebrar su recuerdo, su Pascua. Esta es la alegría y la esperanza que debe embellecer el hogar y la familia de cada uno de ustedes, hermanos laicos; esta es la alegría y la esperanza que ustedes deben llevar al mundo, a la sociedad, a los lugares donde desarrollan su vida diaria, para que el mundo verdaderamente se desborde de alegría y recobre su esperanza. En el entorno social se respira conformismo y decepción, desencanto y mediocridad; por eso necesita, hoy más que nunca, de los cristianos, de ustedes, de la Iglesia, aunque no lo quiera reconocer ni vaya a hacerlo. Pero a nosotros toca presentar la oferta de Jesucristo.

7. Ahora que se anuncian festejos para celebrar el inicio de la Independencia, la conquista de la libertad como dicen, ustedes deben enseñar cuál es esa verdadera libertad y cuál es la verdadera independencia que nos dignifica y nos salva; a ustedes toca que no se sustituya y pervierta la dignidad de los hijos de Dios, su libertad y su esperanza, en un mero festejo banal y enajenante. Los mexicanos, como pueblo mayoritariamente creyente en Cristo y como pueblo Católico, tenemos derecho de vivir la plena y verdadera libertad de los hijos de Dios, y de tener en este país que Dios nos dio en medio de tantos dolores y lágrimas, un verdadero anticipo de la herencia duradera que Dios ha prometido a su hijos.

 

† Mario De Gasperín Gasperín
VIII Obispo de Querétaro