1. Buenos días. Me alegra encontrarme con ustedes con ocasión de la Inauguración de las Jornadas Médicas en el contexto del aniversario de la fundación de este hospital.
2. Dirijo mi saludo a cada uno de ustedes y, en particular a las autoridades civiles, académicas y sanitarias que se hacen presentes entre nosotros, especialmente:
- Al Dr. Mario César García Feregrino, Secretario de Salud del Estado de Querétaro.
- Al Dr. Carlos Hugo Medina Noyola, Director General del Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer, Querétaro
A todos ustedes mi cordial saludo.
3. Al reunirnos en esta mañana para inaugurar la serie de Jornadas Médicas, en este importante lugar para la vida de nuestro Estado, agradezco la extraordinaria oportunidad que me dan para saludarles y poder compartir con ustedes una breve reflexión sobre la persona y su dignidad y el compromiso que cada uno de nosotros y las instituciones, hemos de adquirir para salvaguardarla.
4. La serie de fenómenos sociales, políticos, religiosos y culturales que desde hace algunas décadas se han hecho presentes en la vida de nuestras comunidades y nuestras culturas, y que en los últimos meses se na intensificado, tanto a nivel internacional, como nacional, son el signo de una crisis humanitaria muy fuerte por la que atraviesa nuestro mundo y que poco a poco, va minando la integridad de las persona y de las culturas, al grado de debilitar el tejido social, la calidad de vida y de la salud y el bienestar de las personas. “Todo ello alimenta la mutua desconfianza y la hostilidad, los conflictos y las desgracias, de los que el hombre es, a la vez, causa y víctima” (LG, 8). Esto sin duda no es producto del acaso o del simple devenir histórico, es el resultado epocal de haber olvidado la centralidad que la persona humana y de su dignidad. Pues cuando en la vida de una sociedad y de una cultura, la persona es vista y es tratada como un medio y no como un fin, se trastocan los valores y se pierde el rumbo de aquello que fundamenta y da sentido a la existencia del hombre. En este sentido, la Iglesia, inspirada en la divina Revelación, es consiente que el hombre ha sido creado «a imagen de Dios», con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios (LG, 12).
5. Estamos en un momento crucial, los desafíos del Cambio de Época que vivimos exigen el replanteamiento de las actitudes, estructuras, y actividades sociales, culturales y religiosas en fidelidad a la idiosincrasia de nuestro pueblo y al hombre contemporáneo. Para ello, debemos unir los esfuerzos para discernir —Iglesia y sociedad— los signos de los tiempos, escuchando lo que el Espíritu quiere decirnos de manera individual y de manera institucional y poder así, promover una cultura en la cual se garantice la integridad del persona humana y de todas las personas. Pues necesitamos no olvidar que “en lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (cf. LG, 16).
6. Bajo estos principios y bajo estas convicciones, considero que es importante señalar que las instituciones al servicio tanto de la vida, como de la salud y de la ciencia médica, no pueden prescindir de ellos para llevar a cabo su labor hoy en día; pues si bien son inspirados en la divina Revelación, responden de manera natural a la identidad personal de cada ser humano, sin importar su raza, lengua, color y/o situación económica y cultural. En el cambio de época, debemos garantizar el fin último de cada persona y de cada individuo. Con el fin de promover una sociedad más libre y más plena. Pues “La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes (cf. LG, 17).
7. Les animo para que juntos, respetando la autonomía y la identidad de la Institución, sigamos uniendo esfuerzos para que los niños y mujeres que acuden a este lugar, puedan lograr desde su situación particular de dolor o enfermedad, que su vida tenga sentido y motivos para luchar y salir adelante.
8. Felicito a esta institución por su servicio a la familia, a la mujer y a la niñez. Recordando aquellas palabras de Jesús: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe” (Mc 9,30-37).
Muchas felicidades y muchas gracias.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro